martes, 13 de diciembre de 2011

Cantinetta del Becco, piccola piccolina


Comienza diciembre y los restaurantes se llenan por las celebraciones navideñas de las empresas, así que más vale reservar. Así hicimos en la Cantinetta del Becco, y qué bueno, porque de por sí que este lugar que abrió hace poco en Santa Fe es un lugar de moda.
Llegamos ilusionados, porque en el restaurante madre (L’Osteríadel Becco) nos había ido muy bien. El lugar era hermoso, con dos salones totalmente independientes, uno más tipo Lounge, con una barra y terraza, reservado para los fumadores. Y el otro más tradicional, con dos cocinas abierta a cada lado, una para lo frío y la otra para los platos calientes.
Claro que la Ostería es un lugar más formal y la Cantinetta es más relajado. Y eso se refleja en la carta, pero no en los precios. Tampoco la calidad de los alimentos ni en el servicio son equivalentes. Por ejemplo, las bruschette.
Eran, la primera una revisión de la bruschetta clásica ($50), otra de foie gras y mermelada de higos ($98) y una más de trucha marinada con pimientos en agridulce ($108). En esta última el pan estaba bien, los pimientos cumplían con la descripción pero les hacía falta un poco de sazón y la trucha a la vista no resultaba muy agradable; unidos los elementos, también les faltaba encanto. 
La de foie gras estaba cumplidora y la única realmente buena era la más sencilla de todas: la clásica.
Al mismo tiempo llegaron unas Puntas de espárragos a la mantequilla ($158) con huevos de codorniz estrellados y Provola ahumada. En todo el plato sólo había cuatro puntas de espárrago (el resto eran tallos), el queso era bueno y los huevos estaban en su punto, pero el plato tenía un exceso de mantequilla, y en conjunto resultaba poco apetitoso.
El vino, un Montefalco Sagrantino 2005 ($1,490), de la casa Omero Moretti, lo mejor de la noche, con una nariz muy interesante, con mucha fruta para su edad. Un vino con muy buen cuerpo y estructura en boca. Carnoso y muy agradable. El problema fue que el vino llegara a la mesa, porque llamamos al sommelier y no aparecía ni tampoco la carta. Al final llegaron, pero nos hicieron esperar.
De Principal, Eva prefirió un estofado Guanciale de ternera al vino blanco ($398). La porción era pequeña, la carne suave y bien sazonada, pero la salsa insuficiente. El puré de papa, de un estilo rústico y pasado de sal, minimizaba las bondades de la carne, por lo que sólo consumió una pequeña parte. Ordenó un poco más de salsa. El mesero se sorprendió, tardó mucho, regresó con un salsero y comenzó a verter un líquido menos espeso en el plato, por lo que Eva le pidió que dejara la salsa en la mesa y confirmó su teoría de que era un fondo ligeramente reducido, en lugar de la salsa del estofado.
Gerardo tomó el Spaghettino a la guitarra con langosta al Armagnac y Tomate cherry ($498) que era una pasta fresca y en la que el precio no se justificaba de manera alguna, excepto por el crustáceo que es caro. Pero más bien parecía hecho al guitarrón, con una mala presentación y sabor mediocre.
Ya de postre Eva ordenó un Babá al ron con crema pastelera ($128) el cual, sencillo y suave, cumplía con su función.
Y Gerardo pidió un Croccante de avellana con salsa de menta ($92) que no se comió, porque era empalagoso y sin gracia.
En conclusión, el lugar es muy bonito y eso le augura un éxito que pensamos no se merece, pues está a años luz de su mamá la Ostería.

Nota: Todas las fotos fueron tomadas con un IPhone 4S. 
Dirección: Javier Barros Sierra 540 (Centro Park Plaza), Col. Santa Fe,

Tels.: 5292 6817 y 5292 6816

Página web:

Horarios: Dom. de 13:00 a 23:00 hrs.

Lun. a Sáb. de 13:00 a 0:00 hrs.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Morimoto... nada dulce



Nuestra visita para cenar en el recién abierto restaurante Morimoto en el Hotel Camino Real de la Ciudad de México no nos dejó un dulce sabor de boca, porque nos privaron del postre. Tras esmerarse desmedidamente en atendernos, llegó la hora del cierre y eso fue un sálvense quien pueda. Ni siquiera nos avisaron que iban a cerrar la cocina.
Lástima, porque hasta ahí las cosas iban muy bien en el local del Iron Chef.
El lugar está donde se ubicó el fallido Le Cirque. La decoración es muy moderna, casi futurista, con una terraza en dos niveles y una espléndida cocina separada tan sólo por unos enormes vitrales. Desde la mesa que nos asignaron pudimos ver al chef Pablo Peñaloza, del desaparecido Ouest.
El estilo de la comida es fusión.
Mientras veíamos la carta, Eva ordenó un martini Passion D’Orange ($160), que sabía idéntico que las pastillas Tic -Tac de naranja. Gerardo, para ponerse a tono con el lugar, eligió un Ginjo sake de 10 onzas ($340) que venía servido en una pequeña jarra muy coqueta.
Ya para abrir boca pedimos para compartir una Bagna cauda ($180), que era un puré de ajo y anchoas, “vegetales locales” y témpura de flor de calabaza. La presentación era llamativa y al servirlo el mesero explicó a Eva que el chef Morimoto recomendaba comerlo con los dedos. Menos mal, porque con los palitos habría estado en chino o en japonés.
El puré venía cubierto por una capa de aceite de oliva, que mesuraba la intensidad del mismo y complementaba el aliño aportando también un contraste en la textura.
Gerardo comenzó con un Pork gyoza ($180), que son dumplings de pork belly, pasta de tomate y espuma de tocino. Venían cubiertos por una costra de papa. 
Un plato muy bien elaborado y sabroso, pero que recordaba más a la cocina italiana que a la japonesa. Los sabores eran muy marcados y combinaban bien.
Pedimos al somellier su consejo para maridar los platillos y éste improvisó un maridaje por copeo. A las entradas les correspondió un vino espumoso atípico: un Navarro Correas Brut Malbec Rosé ($120 la copa). Que ayudaba acompañando y limpiando el paladar, pero que no nos sorprendió mucho.
De transición Gerardo ordenó una Tofu miso ($140 c/u), que era una sabrosa sopa miso, muy lucidora en una bonita vajilla. Ideal para las noches frías que estamos viviendo.
Eva continuó con el Watermelon tempura ($180), que no era otra cosa que sandía capeada, jamón ibérico y crema de wasabi tzatziqui. El primer bocado resultaba muy equilibrado e intenso en sensaciones, pero después del tercero se perdía el encanto.
Para maridar lo anterior, el somellier  aconsejó un albariño Terras Gauda O Rosal 2010 ($120 la copa), de color amarillo verdoso y con aromas que iban desde de manzana madura hasta corteza de naranja, con evocaciones de hierbas aromáticas. En boca destacaba su estructura frutal y dejaba en el paladar agradables sensaciones cremosas. Buena elección.
A Gerardo se le antojó el Yose dofu ($170), que era un tofu supuestamente preparado en la mesa y acompañado con una salsa dashi y otra salsa de pozole. La realidad es que nos llevaron el tofu ya elaborado a la mesa, aunque sí se preparó en casa, pero en la cocina. 
Se cortaba en cuadritos que se tomaban con una cuchara y se remojaban en las salsas.
Odiamos la interpretación del pozole, era demasiado picante y plana, no ofrecía esa sensación amable que es tradicional en este caldo. Creemos que quiso representar al pozole después de ser sazonado por el comensal con su chilito y orégano, pero aun así, no nos gustó mucho.
Hicimos varias pruebas de maridaje y el que mejor quedó fue el Vino Malbec Altos las Hormigas 2009 ($180 la copa), que por su intensa frutalidad ayudaba a complementar el conjunto.
Eva culminó con una Lobster Epice ($580), langosta entera al horno, garam masala y espuma de limón. La langosta estaba bien cocinada, suave y jugosa y el garam masala intenso, pero sutil. Era muy distinto a otros que hemos comido; con la langosta iba bien. Lo que no nos gustó fue el aire de limón. Las verduras que estaban debajo tampoco se antojaban mucho.
Y Gerardo, que estaba indeciso entre una lubina y el Morimoto Pork Chop ($340), se decidió por la chuleta de cerdo con kimchee, tocino y puré de manzana-jengibre. Era cosa seria, desde el tamaño de la porción, con un excelente sabor, pero muy marcado el gusto del puerco.
Un buen plato para quienes gustan de los sabores intensos.
Estos platos los acompañamos con unas copas de Vino Cabernet Franc Pillitteri Estates 2007, de origen canadiense.
Nos sorprendió. Muy buen maridaje. Y justo fue aquí que nos dimos cuenta de que había iniciado la desbandada, cuando le pedimos al somellier otra copa de este vino de la Península del Niágara y no llegó nadie.
De pronto apareció el mesero que no había dado señales de vida durante un rato a preguntar si queríamos algo más de la barra y le repetimos nuestra petición del vino pero ignoraba que había pasado. Y al solicitarle la carta de postres simplemente nos dijo que ya no había nadie en la cocina y se limitó a musitar una disculpa.
Nos entristecimos mucho, porque la cena había sido muy interesante hasta entonces y nos quedamos con las ganas de algo dulce. Tuvimos que conformarnos con un Hana sake ($325 la copa) espumoso.
Ya todo el mundo corría para terminar su día laboral y el ambiente del lugar cambió de sofisticado a desolado.
Unos días más tarde, al revisar la cuenta nos dimos cuenta de que el somellier, en su prisa por dejar el lugar, olvidó cobrarnos las copas de Pillitteri. ¡Justicia Divina!

Dirección: Mariano Escobedo 700, Col. Nueva Anzures
Teléfonos: 5263-8888 / 5262-6264

Horarios: Lun. a Vie. de 13:00 a 23:00 hrs.

Sáb. de 13:00 pm a 120000 hrs.

viernes, 2 de diciembre de 2011

The Palm... Gracias, adiós


Coincidiendo con el Thanks Given Day fuimos a comer a un restaurante muy estadounidense: The Palm. Aclaro que no somos religiosos, sino más bien pecadores, pero sin duda tenemos mucho que agradecer.
Siguiendo la tradición, Gerardo pidió el menú especial de Acción de Gracias ($495) y en el que la estrella  era, por supuesto, el pavo. Que por cierto venia servido con jalea de arándano, ejotes y puré de camote, además del tradicional relleno. Un buen plato, sin ser excelente. Lo mejor fue el puré.
Eva, en una acción impulsada por el karma para restablecer el equilibrio del Universo, pidió de plato fuerte un filete New York de 400 grs. ($550), típico de The Palm, para comerlo ella solita. No pudo terminarlo. Como corresponde al nombre de Eva, intentó sonsacar a Gerardo para que comiera un trozo, pero éste ya tenia bastante con su menú especial.
La carne era buena, pero como acompañamiento pidió unos champiñones salteados, que no venían salteados, sino bañados en mantequilla, por lo que el sabor resultaba demasiado pesado y decidió cambiarlos por una Papa al horno, que estaba mucho mejor.
Como era una celebración, decidimos acompañar con una botella de Moët & Chandon Nectar Imperial. Festiva y óptima para una tarde como esa.
Pero antes de eso comimos, como es natural, las entradas. Eva ordenó unos Camarones Bruno Jumbo ($ 275), a la francesa, salteados en salsa de mostaza. El camarón era bueno, pero venía rebozado, y la salsa estaba hecha a base de mantequilla, por lo que resultaba un plato pesado, y difícil para abrir boca.
Gerardo inició su menú del "Día del pavo" con una Ensalada de palmitos que además llevaba diversas lechugas, endivias, espárragos y jitomate. No estaba mal, pero el aderezo era excesivo.
Eva continuó con una Ensalada fresca, con queso de cabra, higos y nuez. Todos los ingredientes estaban bien, pero el aliño resultaba demasiado ácido y no hacía que los ingredientes se unieran armoniosamente; de hecho era el problema, sobrepasaba a toda la ensalada.
El siguiente plato en el menú de Gerardo fue una sopa Clam Chowder, que para su decepción iba servida en un plato sopero y no en un pan hueco, como suele ser la tradición. En compensación, estaba deliciosa, con pocas almejas, pero espesa y reconfortante.
El plato fuerte ya lo mencionamos, así que pasamos a los postres, que en el caso de Eva fue un Pie caliente de manzana, que estaba demasiado dulce, por lo que sólo comió un poco y prefirió terminarse toda la bola de helado que lo acompañaba.
Y Gerardo cerró con la tradicional Tarta de calabaza, incluida en el menú, y que venía acompañada de una mermelada casera de fresa. Junto con la sopa fue lo mejor del menú. Estaba deliciosa.
Cerramos la noche con sendas copas de Pacific Rim Vin de Glaciére, de uva Riesling, de la casa Selenium Vineyard. Un vino con un muy buen balance de acidez y dulzor. Nos dejó un gran sabor de boca. Ideal para terminar nuestra comida. Por cierto que el sommelier era una persona muy gentil y preparada, que según nos aclaró era mexicano, pero hablaba con un acento francés parecido al de Pepe Le Peu (se pronuncia Po).
A diferencia de otras ocasiones, esta vez comimos rápido, así que nos sorprendió ver que, cuando llegamos, el restaurante estaba lleno a las tres cuartas partes, y cuando salimos no quedaba casi nadie. Fue como decir buen provecho y adiós.



Dirección: Campos Elíseos 218, Colonia Polanco, México Distrito Federal.
Teléfono: 5327 7762.
Horarios: Dom. de 13:00 a 18:00 horas.
Lun. a Sáb. de 13:00 a 23:30 horas.