jueves, 31 de marzo de 2011

Izote… detalles que hacen la diferencia

Izote es un vocablo que viene del náhuatl “iczotl”, y que se refiere a la flor de la yuca, una flor blanca muy olorosa que es comestible. También es un restaurante de la chef Patricia Quintana, ubicado en la sofisticada avenida Presidente Masarik, en Polanco, cuya decoración y mobiliario de estilo austero contrastan con la zona donde se ubica.
Llegamos a cenar el jueves a las 9 de la noche sin haber reservado y no tuvimos problema para encontrar mesa, pues el lugar estaba a tres cuartas partes de su capacidad. Nos sorprendió que no hubiera hostess, por lo que además del señor del valet parking nadie nos dio la bienvenida. Con todo, un mesero nos dijo que nos sentáramos en la mesa (desocupada, se entiende) que quisiéramos.
Dentro de su sencillez, se ofrece un estilo pulido de cocina regional mexicana, con una oferta limitada de vinos.
Escogimos un par de mezcales como aperitivo. Eva prefirió un mezcal joven orgánico de Durango ($92), muy apropiado, y Gerardo un Los Danzantes reposado ($124). Ambos venían acompañados por unos deliciosos trozos de naranja y una sal de gusano muy sabrosa.
Mientras esperábamos nos llevaron unas gorditas, cortesía de la casa, con polvo de camarón y requesón que sólo Eva pudo comer, por los lácteos, y que no le parecieron nada del otro mundo.
Como entrada, Eva quiso probar el Chile poblano relleno de chicharrón prensado ($234) al tomatillo milpero con salsa de frijol negro y crema. Por su tamaño, más que entrada parecía un plato fuerte. El sabor de los elementos que lo conformaban resultaba agradable, pero la textura del Chile no era la correcta, ya que estaba prácticamente crudo, razón por la que le preguntamos al personal de piso y nos dijeron que así se servía. Peculiar situación. Decidió acompañar este plato con una copa de Casa Grande Cabernet Sauvignon ($208).
Gerardo, tras mucho pensarlo, pues se le antojaban varias cosas, se decidió por las Enchiladas de langostita de río o camarón ($203) en salsa de pipián verde estilo tuxpeño. La langostita (o acamaya) sólo se sirve si es temporada; de otra forma el relleno es de camarón. A decir del chico que nos atendía, éstas tenían una mezcla de ambos ingredientes, pero lo cierto es que sólo se percibía el camarón. De cualquier modo, estaban deliciosas, pues el pipián era excelente y las pepitas molidas lo complementaban a la perfección. Para acompañar, escogió una copa de vino rosado Casa Madero V ($80), que fue un buen maridaje.
Por pura curiosidad Eva pidió el Fideo seco con chicharrón incrustado al chile ancho ($163), que se quedó muy lejos de acercarse a uno bueno, de los tantos que ha probado en muchas fondas.
A Gerardo no le correspondía plato alguno en este tiempo, pues pidió que se esperaran a que Eva comiera su ensalada para que a él le sirvieran la suya. Sin embargo, no sólo ignoraron este punto, sino que le llevaron el plato principal totalmente fuera de lugar. El problema se originó en que durante toda la noche nos estuvo atendiendo el ayudante del mesero, quien tenía un buen conocimiento de los platos y las bebidas, pero no la sutileza y atención necesarias para satisfacer a un cliente exigente. Al principio pensamos que esta situación iba a ser momentánea, pero por desgracia continuó así hasta los postres.
Con todo, hay que reconocer que la Pechuga con mole almendrado con tortita de papa ($275), aunque a destiempo, estaba deliciosa. El almendrado era suculento con la pepita molida y el pollo estaba en su punto, con excelente textura. La tortita de papa resultó ser una suerte de panque hecho con el tubérculo y con cantidades industriales de queso parmesano, por lo que Gerardo lo probó, pero no lo comió. El platillo maridó bien con una copa de Madero Casa Grande Chardonnay ($208), que pidió como segunda opción, pues en realidad se le había antojado la botellita de 200 ml. de Môet Chandon Brut Imperial, pero ya no tenían.
Los dos escogimos la Ensalada verde con lechugitas del campo orgánicas ($133) con vinagreta de la casa, cebolla morada, queso panela y aguacate. Era una ensalada buena, ligeramente pasada de aderezo, y con unas julianas de tortilla frita que aportaban textura. La única diferencia fue que Gerardo pidió la suya sin queso.
Como plato principal Eva ordenó el Chamorro revolucionario en barbacoa ($280) con salsa empulcada y tortillas de comal. Lo sirvieron deshuesado, envuelto en una hoja de maguey. La carne resultaba suculenta. Y la salsa acompañaba bien, aunque le faltaba un poco de sazón. Las tortillas estaban bien calientes y frescas. Lo que provocó que uniendo los elementos se prepararan unos buenos tacos de barbacoa. De consolación a Gerardo le convidó un taco. Eva acompañó este plato con una copa de Casa Madero Shiraz ($155).
De postre Eva prefirió la Natilla a la vainilla de Papantla ($143) con teja y trufas de chocolate. La natilla era simple y las trufas eran demasiado dulces, mala combinación, pues éstas apocaban a la primera. Así que dejó a un lado las trufas y disfrutó solo de la natilla.
Gerardo se alegró de que entre las sugerencias se incluyera una de Mangos con frambuesas, zarzamoras y coulis de frutos del bosque ($137) que estaba acompañada con teja de almendra. La combinación era buena y las frutas estaban en su punto y bien presentadas.
Para acompañar nuestros postres escogimos beber sendas copas de El gran divino 2008 de Chateau Camou ($122 cada una). Presentaba un color dorado y aromas de toronja, piña, durazno y mantequilla. En boca se confirmaban los aromas, tenía un gusto untuoso y buena persistencia.
El restaurante cierra temprano y aunque salimos a una hora razonable, apenas media hora después de la media noche, fuimos, una vez más, los últimos. La experiencia fue buena en general, pero fallaron muchos detalles, que son los que hacen la diferencia entre una noche redonda y otra que no lo es.

Dirección:
Masaryk 513, entre Sócrates y Platón, Col. Polanco Chapultepec
Tel. 5280 1671
Horario: Lun. a Dom. de 13 a 23 hrs.

jueves, 24 de marzo de 2011

Osaka, progresión descendente

Como un homenaje a la cultura japonesa, decidimos ir a comer al restaurante Osaka, al sur de la ciudad de México, cuyo concepto es de cocina nipona con toques peruanos.
El local está en el segundo piso de un pequeño centro comercial en El Pedregal, moderno pero nada glamoroso. Sin embargo, al entrar al restaurante la decoración nos transportó a lugares lejanos.
La hostess nos preguntó si preferíamos comer en el salón o en la terraza. Pedimos ver la terraza pensando que sería la zona de fumar y efectivamente así era, por lo que elegimos el salón y nos sentamos junto a la ventana, en un gabinete muy iluminado y agradable.
La carta se dividía en dos secciones: platos fríos y platos calientes. El mesero sugirió seguir ese mismo orden. Y así lo hicimos.
Como entremés compartimos unos Cevichitos ($150) que estaban servidos en seis pequeñas porciones, tres de ellos eran de pulpo, plátano caramelizado y mango. Y los otros tres eran de ceviche clásico con trozos de aguacate. 
Los dos eran buenos, pero el pulpo era una combinación muy fresca y agradable que nos pareció una mejor opción para abrir boca. Eva los acompañó con un martini de lychee ($110) adicionado con frutos rojos y un poco de sake. Maridaje que resultó perfecto.
Después compartimos dos variedades diferentes de gyosas: unas Inkagyosas ($175) de pato confitado y otras de solomillo de res. Las de pato tenían un sabor totalmente desequilibrado y desagradable, razón por la que Eva prácticamente tuvo que bañarlas en salsa de soya. Además, en la penúltima pieza apareció un cartílago de pato del tamaño de Tokio que fue razón suficiente para no terminarlas.
Las de solomillo ($175) que estaban anunciadas en la carta con “sabores peruanos”, eran mucho mejores. Pese a su toque andino, con su sabor especiado parecían más orientales que las de palmípedo. Éstas tenían echalote y una nube de papa (que más bien parecía alambrado), además de jitomate cherry que no aportaba nada al plato, excepto quizá visualmente.
Gerardo decidió continuar con una clásica sopa Misohiro ($65) de alga con tofu, que siempre resulta muy reconfortante. Era buena, pero no tanto como otras que ha probado en otros restaurantes japoneses. Le faltaba sustancia tanto como le sobraba agua.
De principal Eva ordenó el Pollo Tailandés ($210), que venía anunciado con salsa de curry rojo, leche de coco y cacahuate. Nada que ver con la intensidad de la descripción, más bien era un plato absolutamente insípido, con una pechuga de pollo de una textura parecida a la del Burger King. Cero gracia. Venia acompañado por un arroz tailandés que pasaba también sin pena ni gloria.
Gerardo se decidió por un Sakana vapor ($240), que era un pescado blanco (robalo, al decir del mesero) con salsa de fríjol negro y aromatizado con hierbas. El pescado lucía estupendo, tenía buen sabor y excelente textura, la cocción era la adecuada, pero todo se venia abajo por la salsa de soya que estaba pasadísima de sal y mataba el gusto delicado del pescado. El plato incluía un pequeño bol de arroz gohan (al vapor) que este sí estaba impecable.
Para maridar los platos pedimos un vino de Nueva Zelanda: Mount Nelson ($894), un monovarietal Sauvignon Blanc de 2008. Limpio y brillante a la vista, de color verde claro pajizo. Vino fresco con aromas marcados de toronja, lima, pera y manzana con una interesante nota mineral, todo lo cual se confirmaba en boca. Muy buena acidez.
De postre, Eva se decidió por un Cheesecake frío de chocolate y banana ($95) caramelizada, con helado de vainilla y crema inglesa al ron. Extremadamente dulce y prácticamente incomible. Misma razón por la que sólo pudo comer el plátano caramelizado y dejó el resto.
Para finalizar, Gerardo pidió un Lychee con dos texturas ($95) que venía muy bien presentado en dos pequeñas copas. Una de las texturas era la de la misma fruta y la otra era un sorbete con un crumble de menta. No pasó la prueba de fuego, pues la fruta sabía mucho mejor que el sorbete y eso no favorece precisamente al chef repostero o a quien quiera que lo haya elaborado.
El servicio, como suele ocurrir en muchísimos establecimientos, fue bueno al principio, pero después fue decayendo. Con la comida pasó igual, en lugar de seguir una progresión ascendente, como hubiéramos deseado, fue involucionando hasta despeñarse en los postres. Para colmo, a los dos nos cayó pesada y pasamos el puente del benemérito padeciendo del estómago.

Dirección: Av. de las Fuentes 556, Centro Comercial Gran Pedregal, Col. Jardines del Pedregal
Teléfono: 5135 4514
Horarios: Dom. de 13:00 a 18:00 hrs. 
Lun. a Mie. de 13:30 a 23:00 hrs.
Jue. a Sáb. de 13:30 a 00:00 hrs.
 

jueves, 17 de marzo de 2011

Champs Elysées... 20 años después

No es lo mismo Los Tres Mosqueteros que Veinte años después. Y tampoco es igual el Champs Elysées actual al que fue hace dos o tres décadas, cuando era una referencia del buen comer en la Ciudad de México. Ahora es el buque insignia de un corporativo desalmado que incluye La Mansión, los Bistro Mosaico y Casa Ávila.
Al llegar nos encontramos con un atractivo escaparate de cristal en la parte baja del edificio que enmarcaba a un Bistro Mosaico y que hacía las veces de entrada para ambos establecimientos. Al interior, una escalera en forma de espiral nos condujo a la planta alta en donde había un elegante salón estilo parisino con decoración clásica y sobria.
Llegamos a las nueve y media de la noche, con reservación, y nos encontramos con la sorpresa de que sólo había una mesa ocupada aparte de la nuestra, lo que nos sorprendió pues era viernes.
Comenzamos nuestra experiencia con un par de aperitivos: Eva tomó un Cosmopolitan ($185) que estaba muy clásicamente elaborado; su sabor se acercaba al de un martini seco, sólo que se olvidaron de poner el twist de naranja, cosa que le quitó su aire clásico. Gerardo pidió una copa de espumoso Brut D’Argent ($118), un blanc de blancs francés elaborado con uva Chardonnay, que tenía color amarillo paja, olor a manzana y cítricos que persistía en boca.
Para iniciar la cena Eva ordenó una Pasta  fresca con salsa de morillas ($280). Fue el mejor plato de la noche, con una base cremosa, morillas enteras y queso parmesano. Bien equilibrado en sabor, la pasta estaba en su punto de cocción. Sólo que la porción era demasiado sustanciosa para ser considerada una entrada, por lo que únicamente comió la mitad.
Gerardo prefirió el Abulón de Baja en su vinagreta con un toque de chipotle ($495) que estaba en el límite de la frescura. El sabor era aceptable, sin ser nada maravilloso, pero la textura era ligeramente chiclosa y el chipotle casi imperceptible. Digamos que era como pasear por un parque cualquiera de un barrio parisino, o sea, nada que ver con los Champs Elysées.
De segundo, Eva se decidió por la Ensalada fraicheur ($105) que estaba sobresaturada de sabores. Consistía básicamente de arúgula  acompañada de suprema de toronja y mango, con un aderezo de fresa y balsámico que no era el complemento ideal.
Gerardo pidió una Ensalada de hortalizas al olivo ($180) que resultó decepcionante. Para empezar llevaba piñones, algo que no aparecía en la descripción de la carta ni tampoco mencionó el mesero en el interrogatorio al que lo sometió Gerardo para asegurarse de que entre los ingredientes no se colara algún lácteo. No es que los piñones sean malos per se, pero cuando no te gustan te echan a perder el plato. Por si fuera poco, el aliño era pésimo. ¡Por dios! ¿Es tan difícil combinar buenos ingredientes y aliñarlos correctamente?
Para acompañar los platos la sommelier nos recomendó un Château Côtes de Rol 2007 ($1,178) Saint Emilion Grand Cru. Era un coupage de Merlot (70%), Cabernet Franc (20%) y Cabernet Sauvignon (5%); un vino de color rubí intenso, de aromas florales y a musgo, sutil en boca, de tanino agradable de con sabor frutal y animal, con persistencia de trufas. Era potente sin ser agresivo.
De principal compartimos Chuleta de res  en su jugo con papa gratin y reducción de vino tinto ($780), sólo que Gerardo pidió que a las patatas que les correspondían no les pusieran queso y se las trajeron fritas en rodajas con perejil. 
La carne resultaba aceptable, pero no deslumbraba. Aunque el término era el correcto, la textura y el sabor se quedaban cortos. Tanto así que las papas que lo acompañaban resultaban el mayor atractivo del plato, en el caso de las de Eva, porque las de Gerardo estaban sobrecocidas y grasosas.
De postre Gerardo pidió que le prepararan un plato con Frutos rojos ($70) que resultaron el complemento ideal para el postre que al final terminó compartiendo con Eva.
Eva decidió que valía la pena esperar la media hora que se tardaba en preparar el Soufflé Grand Marnier ($210), pero como era para dos personas Gerardo tuvo que entrar al quite. El soufflé salió perfectamente esponjado y fue acompañado por una salsa de vainilla muy agradable, la única falla fue que el sabor del Grand Marnier casi no se percibía, pero sí el del huevo.
Cabe mencionar que en este aspecto el mesero fue muy atento. Nunca nos negó la posibilidad de prepararlo pese a que el restaurante cerraba en teoría a las 23 horas y ya era la medianoche. Lo que nos pareció un muy buen detalle.
Para acompañar al postre pedimos sendas copas de vino Château Rayne Vigne ($150 cada una) Sauternes 2000. Un vino color ámbar, frutal, untuoso, potente y refinado, con gran persistencia en boca. La copa en la que nos lo sirvieron era simplemente perfecta para conservar y potenciar sus aromas exóticos.
Pese al esmero del servicio, a su sobrio aspecto y al rancio abolengo de Champs Elysées, el casco de este buque ya está apolillado y da la impresión de que comienza a hacer agua.

Dirección: Paseo de la Reforma 316, Colonia Juárez
Teléfono: 5514 0450
Horarios: Lun. a Sab. de 13:00 a 23:00 horas.
 

sábado, 12 de marzo de 2011

Romina, una larga espera

Entrar a un restaurante italiano y toparse con una enorme mesa repleta de italianos ruidosos enfrascados en apasionadas y jocosas conversaciones es todo un augurio de que la experiencia en ese lugar será buena. Desgraciadamente, en el caso de Romina no fue así.
Aunque la ocupación era cuando mucho del 75% de la capacidad del restaurante, en seguida nos dimos cuenta de que había muy poco personal para atender correctamente a todos los comensales.
Ya en la mesa nos llevaron unos tragos. Eva como siempre tomó un Cosmopolitan ($120) que estaba bueno y venía servido en una linda copa. Gerardo aceptó la sugerencia de un vino espumoso italiano prosseco ($120). Buen comienzo... Pero ahí comenzó una larga espera.
Se tardaron 27 minutos en darse cuenta de que no nos habían llevado la carta de alimentos y que, por lo tanto, no podíamos ordenar.  La estructura de la carta era muy sencilla, con platos de cocina tradicional italiana y algunas propuestas de la casa.
Empezamos pidiendo para compartir una sugerencia hecha por uno de los socios, quien nos estuvo atendiendo gran parte de la noche. Era un Capellini con cangrejo ($190). Básicamente era la pasta, el cangrejo, perejil, ajo, aceite de oliva y peperonccino. El plato en conjunto resultaba aceptable, más no excelente. La pasta estaba bien cocida y sazonada, pero el cangrejo era muy escaso y  resultaba de un sabor fuerte y poco refinado, además estaba sobrecocido y no completamente limpio.
Pasaron otros 30 minutos antes de que nos trajeran el siguiente plato que, además, estaba equivocado, pues a ambos nos llevaron el tercer tiempo saltándose olímpicamente el segundo.
Así, a Eva le llevaron unas Costillas de ternera ($300) con un poco de aceite de oliva y romero, acompañadas de ensalada. que tampoco estaban en la carta. Estaban muy pasadas de sal y las regresó. Se las volvieron a llevar pero eran las mismas, sólo que arregladas y ya se habían pasado de término, por lo que las regresó de nuevo hasta que por fin, y después de una larga espera, la tercera vez las costillas estuvieron impecables.
En el caso de Gerardo, su segundo tiempo forzoso fue un Bacala e Patate ($200) que traducido era un bacalao fresco a la plancha sobre una cama de patatas fritas al romero con cebolla también frita, aceite de oliva y un toque de vino blanco. Estaba bueno el pescado, pero no tanto como las papas que fueron lo mejor de esa noche para Gerardo.
Después de otros 20 minutos de espera le llevaron a Eva como tercer plato su segunda elección, que era el Risotto de la casa ($350). Consistía en langosta salteada con aceitunas negras, alcaparras, jitomate fresco y prosecco. La presentación era muy llamativa y el arroz estaba en su punto. Solo había dos pequeños errores: arroz ligeramente sobre condimentado y langosta no perfectamente limpia.
Siguiendo la progresión caótica, a Gerardo le correspondió la Insalata di carcciofi (en la carta estaba anunciada a $90, pero la cobraron a $110), o sea, ensalada de corazones de alcachofa con jitomates deshidratados al sol, sobre lechuga italiana y aderezados con aceite de oliva. La ensalada no era mala, pero hubiera estado mejor si la hubieran cobrado a lo que estaba anunciada, la hubieran llevado cuando correspondía y los jitomates no parecieran chiclosos de esos que se pegaban en los dientes cuando los comía en el recreo de la primaria.
Para acompañar nuestros platos decidimos escoger dos medias botellas de vino. El primero era un Südtirol Terlaner DOC, 2009, de uvas Chardonay, Pinot Grigio y Pinot Blanc, que resultó fresco, frutal y con una mineralidad muy agradable. Y el segundo fue un Barolo DOCG Castiglione, 2003, de bodegas Vietti, de uva Nebbiolo, con muy buena estructura y un tanino muy agradable. Hay que mencionar que la carta de vinos era amplia, sobre todo en la oferta de caldos italianos.
Ya para el postre, Eva ordenó unos Frutos del bosque con Marsala y crema, pero hubo una horrible confusión y la primera vez batieron juntos los dos ingredientes que complementaban a las frutas y resultó una mala idea. Se ofrecieron a cambiarlas y la segunda vez mandaron los ingredientes por separado. Todo iba bien hasta que Eva probó la crema y se percató de que era de pésima calidad. Ya casi al final y se la cambiaron por un poco de crema Lyncott. Había un universo de diferencia entre una y otra.
Gerardo pidió la única opción de frutas disponible que eran los mismos Frutos de bosque, pero sin la crema. Al Chef (con mayúscula) le quedaron buenos.
Para terminar bebimos sendas copas de un vino de postre Italiano de nombre Angialis ($200 por copa), de la isla de Cerdeña, que resultó agradable. Tenía un color dorado intenso, en nariz presentaba notas de duraznos, chabacanos y flores blancas. Con buena intensidad y armonioso.
El socio propietario que siempre estuvo al pendiente de nosotros con más amabilidad que eficacia nos dijo que las copas de postre eran cortesía de la casa, pero al final lo que no nos cobraron fueron los postres, pero sí el vino dulce.
Como nota positiva hay que señalar que el lugar era de lo más acogedor, con un ambiente casual, relajado y agradable. En todas las paredes aparecía como icono la diva Sofía Loren, el mobiliario de madera era sencillo y la decoración, básicamente en colores rojo, negro y blanco, creaba un ambiente reconfortante.
En conclusión Romina tiene elementos interesantes, pero también vivimos el hecho de que aún están comenzando y tienen mil y una cosas por perfeccionar.

Dirección: Homero 716, Colonia Polanco
Teléfono: 4432 4432
Horarios: Lun. a Dom. de 13:30 a 00:00