jueves, 24 de febrero de 2011

Pujol... muchas sorpresas

Esta semana se cumple un año de vida de El Pecado. Para celebrarlo escogimos ir a cenar al restaurante Pujol, pues de ahí hicimos la primera crónica con la que inició esta aventura narrativa y gastronómica.
Muchas cosas han cambiado desde entonces, entre ellas la carta del restaurante y su oferta culinaria que retoma elementos clásicos y tradicionales de la cocina mexicana. También el local ha sido ligeramente modificado para crear un ambiente más íntimo, lo que se percibe en el interior.
Para tener una buena percepción general de los cambios, Gerardo optó por un menú degustación de ocho tiempos, con un maridaje de vinos sugerido, y Eva se fue por los sabores más clásicos y se inclinó por platos muy tradicionales.
Pero antes, como amuse-bouche nos llevaron de cortesía una Salicornia en jugo de pepino y limón , con aguacate y ‘caviar’ de melón servida en un pocillo. También una Flor de calabaza rellena de frijol presentada en un florerito redondo muy mono y unos Elotitos tatemados con mayonesa de café y polvo de chicatana (hormiga) que venían en un guaje (jícara) humeante.
La Milpa ($165) es una propuesta que desde el nombre se antoja por su significado y la trascendencia que representa en México. Éste fue el primer tiempo elegido por Eva. Se trataba de una representación gastronómica de los componentes de la huerta mexicana que incluía crudité de jitomate y calabacita, dip de frijol, queso fresco, aceite de pipicha (planta originaria de México) y jumiles (insectos comestibles) tostados. El plato estaba muy bien logrado. Sus elementos eran sencillos y estaban bien equilibrados. Se resaltaba mucho la sutileza de los ingredientes. Lo único que no se percibía eran los jumiles. Lo maridó con una copa de Moscato Planeta, Sinergi VT 2009 ($128).
Siguiendo la línea de los platos muy tradicionales, Eva eligió para continuar la Barbacoa de cordero lechal ($395). Los sabores estaban muy bien logrados y remitían a una buena barbacoa tradicional. Sólo tenía dos detalles: la textura de la carne no era la mas indicada para Eva, a quien le hubiera gustado probar una carne mas magra, y las tortillas no estaban bien calientes, lo que fue una gran decepción, pues uno de los principales atractivos de este plato radica en hacerse un buen taco. 
Decidió maridar este plato con una copa de Sotorrondero 2008 de bodegas Jimenez- Landi ($153).
Cabe mencionar que a Eva le trajeron el tercer tiempo como si fuera el segundo y tuvo que esperar 15 minutos para que corrigieran el error.
Como tercer tiempo, y rayando en los excesos, Eva decidió probar el Lechón cocido en achiote blanco ($395) con frijoles santaneros, rábanos picantes y chile Manzano. La carne tenía una muy buena textura y los complementos combinaban bien, pero en esta ocasión faltó una buena descripción de los elementos del plato, ya que si bien se podían deducir, siempre es agradable recibir información específica. Acompañó este plato con una copa de Cañada de los Encinos 2008 ($137).
Para terminar, Eva, en vez de algo dulce eligió el Plato de quesos artesanales ($202), que por desgracia se quedó corto, debido a que estaba compuesto por tres trozos de queso, pero sólo de dos variedades. Sólo había un queso de cabra que estaba muy bueno y los otros dos eran de vaca: el primero español y los otros mexicanos, que eran buenos también. La única diferencia era el tiempo de añejamiento. Creemos que existiendo tantas variedades de queso (en nuestro país y en el mundo) no era necesario repetir, ni utilizar sabores tan parecidos. A Eva le hubiera encantado por ejemplo probar un buen queso cotija. Y por último tomó una copa de Muscat, M. Chapoutier 2006 ($150).  
La pasarela del menú de degustación ($985) que pidió Gerardo inició con un Ceviche de pescado marinado en jugo de coco que llevaba hierbabuena, aguacate criollo y chile güero. Muy ligero y de sabor agradable, ideal para comenzar con una gradación de sabores que iría en ascenso. De maridaje ($883 por los siete vinos) la sommelier le llevó para este platillo un vino Celeste Blanco 2009, joven y fresco que iba muy bien con el ceviche.
Siguieron unas Flautas de aguacate rellenas de camarón cristal, con mayonesa de chipotle rallado y emulsión de cilantro a un lado. Excelente. Un peldaño más arriba en la gradación gustativa. A este plato le correspondió una copa de champagne Ruinart blanc de blancs: un espumoso monovarietal de Chardonnay, de burbuja fina, muy fresco, suave y redondo.
El tercer bocado fue un Escolar en adobo oaxaqueño, acompañado de puré de chile poblano, sobre el que descansaba un cuitlacoche nixtamalizado coronado por flor de calabaza. Un agasajo en una pendiente ascendente de sabores que maridó idealmente con la copa de Pazo Señoráns, un Albariño de color amarillo pajizo, con aroma a manzana y cítricos y con la acidez perfecta para acompañar al pescado y equilibrar el sabor del adobo.
Después vino un Tamal de cuitlacoche. Normalmente llevaba una espuma tibia de nata montada, pero como Gerardo aclaró que no come lácteos se la llevaron sin la nata, pero sí con la salsa de tomate verde tatemado y la ceniza de recado negro (mezcla de chiles habanero, xcatic y dulce). Aquí se subió unos tonos en la gama del espectro gustativo, pero no fue culpa de la concepción del plato ni de su realización, sino del hecho que tuvieron que servirlo sin la espuma de nata. Esto también afectó a la presentación del mismo.
A un lado se muestra una foto de cómo debió lucir el plato con su espuma de nata. El vino que acompañó fue Paulina 2009, un clarete de Viñas de Pijoan que es un coupage de Merlot, Zinfandel y un poco de Petit Syrah muy aromático, fresco y frutal.
A continuación llegó la Pechuga de guajolote que venía sobre una cama de puré de chirivía (un tubérculo similar a la papa) rodeada de adobo de chilhuacle (chile negro de origen oaxaqueño). Buenísima. Maridó a la perfección con el Cañada de los Encinos, un coupage de zinfandel y petit verdot.
La cumbre y el clímax de este desfile de sabores fue el Puré de cacahuatzintle (una variedad de maíz que tradicionalmente se utiliza para la elaboración del pozole) que venía con careta de cerdo, un gastrique (salsa elaborada mediante una reducción de vinagre en un sirope de frutas) de orégano-piquín y lechuga. Como tenía que ser, no faltaron las tortillas para hacer un delicioso taquito de sabor genuinamente placero. Para maridar semejante maravilla sirvieron un Mogor-Badan 2007, un tinto hecho de Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Merlot, con crianza de 12 meses en barrica de roble francés. Complejo y redondo, como el plato al que acompañaba.
Como transición a lo dulce vino una Nieve de zarzamora flameada con mezcal. Fresca y sabrosa. Ideal para limpiar el paladar.
De segundo postre estaba anunciada una esponja con tres leches, acompañada de helado de vainilla y con frambuesas en nitrógeno, es decir, congeladas al instante en este material. Para fortuna de Gerardo, su incapacidad de digerir la lactosa hizo que se lo cambiaran por otro que no estaba en la carta y que resultó una verdadera maravilla para cerrar con broche de oro. Llevaba papaya, cuitlacoche, guanábana y si el Alzheimer aún no acaba con la memoria de Gerardo, venía sobre un puré de manzana. ¡Sensacional!
No menos bueno resultó el vino que lo acompañó, un Vi de Gel, de la bodega Gramona, de la región del Penedés en Cataluña, hecho con la cepa Gewürztraminer. Lo interesante de este vino es que tiene características similares a los vino de hielo sin tener heladas en el viñedo los meses de recolección, lo que se logra gracias a la congelación parcial del mosto después de una vendimia tardía.
Definitivamente la calidad en los alimentos en Pujol ha aumentado considerablemente, cosa que aplaudimos. Y nos agrada muchísimo el hecho de que la cocina mexicana se esté desarrollando de modo tan positivo.
Pero del mismo modo destacamos el hecho de que, en esta visita, la atención en el salón decayó muchísimo en comparación con ocasiones anteriores. Al principio el servicio fue muy distraído y lento, tanto que tardaron 20 minutos en tomarnos la orden, algo difícil de comprender para un local que está en el número 72 de los mejores restaurantes del mundo de la prestigiosa lista San Pellegrino. Y nunca hubo una explicación extendida de los elementos de los platos, cosa a la que nos tenían muy acostumbrados y que es una parte importantísima para la comprensión y difusión de, en este caso, la cocina mexicana.
Aunque los platos son un poco menos complejos que antes, hay detalles que deben ser explicados. Porque creemos que eso es lo que hace que una experiencia sea completa o deje de serlo.


Dirección: Petrarca 254 
Entre Horacio y Homero
Col. Chapultepec Morales 
Tel. 5545-4111
Horario: Lun. a Sáb. de 13:30-23:30 hrs.

jueves, 17 de febrero de 2011

Central Brasserie, de más a menos

La cena en Central Brasserie fue de más a menos. Iniciamos con unos mariscos estupendos, pero fue decayendo la calidad con los platos subsecuentes. Lo mismo pasó con el servicio.
Acudimos la noche del sábado previa reservación. El lugar estaba casi lleno. Teníamos ganas de ir desde el año pasado, pero no lo hicimos sino hasta este fin de semana y nos encontramos con un lugar muy agradable, amplio y bien distribuido con una bonita terraza al fondo y el salón principal dividido en tres secciones: a la izquierda la cava y la barra, y a la derecha la cocina semiabierta. En medio muchas mesas y gabinetes y un considerable trasiego de meseros.
El concepto del restaurante remite a una típica brasserie francesa con platillos tradicionales ligeramente modificados. Es curioso que en Francia la palabra "brasserie" hace referencia a un lugar en el que se fabricaba cerveza y todavía en algunos locales se sirve la de la casa o en todo caso se cuenta siempre con una amplia variedad de esta bebida, mientras que aquí en México la cerveza es prácticamente ignorada en las llamadas brasseries.
A falta de cervezas la oferta de vinos era amplia. No así la de cocteles, que no contaba siquiera con una carta impresa. Eva pidió de aperitivo un Martini Central, con champagne, jugo de arándano y Contreau que estaba aceptable. Gerardo solicitó la carta de vinos y decidimos pedir una botella de la Veuve Clicquot rosado ($1,506) y aprovechar una promoción que por el mismo precio incluía una botella igual para llevar.
De un agradable color rosado, aromas de frutos rojos y frutos secos, fresco y elegante, con una burbuja fina, el Veuve Clicquot rosado maridó a la perfección con los mariscos, la pasta, el pollo y hasta con la carne que pidió Eva y las frutas que ordenó Gerardo de postre.
De entrada pedimos para compartir un Plateau Royal ($430) que incluía almeja chocolata, camarón para pelar, ostión y ceviche. Los mariscos, que según explicó el mesero, traen de Ensenada cada tercer día, habían llegado la jornada anterior y estaban fresquísimos. Tanto que se podían comer sin una de las mayonesas que nos sirvieron para acompañarlos (de chipotle, ajo, alioli y tártara).
También para compartir ordenamos unos Mejillones Marinière ($270 para dos) con vino blanco, perejil y echalotte. Estaban buenos, pero sin acercarse a lo maravilloso. A Eva incluso le tocó uno que no estaba bien limpio, lo que en un lugar tan caro no se justifica. De ahí todo en adelante fue en declive.
Lo que se salvo de descender por la pendiente fue la Ensalada Patagonie Sud ($160) que pidió Gerardo y que se componía de lechuga orgánica, cangrejo Alaska a la parrilla, con vinagreta de limones asados y bulbo de hinojo. Los ingredientes eran frescos, el cangrejo impecable y el aderezo conjuntaba bien los sabores.
Al mismo tiempo le trajeron a Eva los Ravioles Thermidor ($180) rellenos de langosta y queso mascarpone. ¡Horribles! El queso más que mascarpone parecía Filadelfia y tenía una textura desagradable. La langosta no destacaba, se perdía al lado del queso y la pasta de los ravioles. Pero lo peor de todo era la salsa cremosa con la que estaban cubiertos, estaba extremadamente salada. El plato era muy malo, totalmente desbalanceado y tuvo que regresarlo. Finalmente los descontaron de la cuenta.
De principal, Eva  ordenó el Côte de Boeuf ($740). Eran 300 grs. de res calidad Kobe con salsa béarnaise y papas fritas. La carne era buena y estaba en el termino de cocción correcto (medio). Las papas fritas eran impecables, pero la salsa béarnaise tenía un extraño y desagradable dejo ahumado que no encajaba, así es que Eva tuvo que pedir que se la llevaran y de consolación le trajeron una demiglacé que resultó mejor opción para acompañar la carne. Pero le decepcionó mucho el que la primera salsa no resultara buena, porque hubiera sido la combinación perfecta.
Gerardo dudó entre pedir la Boullabaisse ($195) el Atún Saku ($240) o el Poulet Rôti ($180). Al final se decidió por este último que era un pollito de leche estilo rotisserie a las finas hierbas con reducción de vino blanco y moscato. No estaba todo lo suave que uno esperaría de un pollito joven y tierno, pero en cambio el sabor era correcto. Venía acompañado de unas cebollitas que se deshacían en la boca y que paradójicamente eran lo mejor del platillo.
En la carta de postres no había nada que Gerardo pudiera tomar así que tuvieron la amabilidad de preparar un plato de fresas con higos ($85) que estaba aceptable tanto en presentación como de sabor. El precio, comparado con el resto de los platillos hasta parecía barato; aunque si se comparan los costos de los ingredientes no lo era tanto.
En vez de postre Eva optó por la Tabla de quesos ($240) que incluía nueces y una compota de higos y cuyas variedades de mediocre calidad nunca fueron especificadas o descritas, por lo que sólo probó un poco de cada uno de los quesos y sus complementos.
Pensando que los quesos serian un buen final, decidió acompañarlos con una copa de maravilloso Sauterns Riussec 2002 Grand Cru ($280), que resultaba impecable, pero que estuvo apunto de perder su encanto a causa de un error imperdonable en un restaurante francés: lo sirvieron directo en un caballito, y el protocolo de servicio fue nulo, por lo cual hubo una gran decepción.
En conclusión, no es verdad que todo lo que empieza bien termina bien. En este caso empezamos con unos mariscos de grandes ligas, cuyo mérito radicaba sobre todo en la materia prima, y terminamos en las ligas menores.

lunes, 14 de febrero de 2011

Y de consolación...

De consolación nos fuimos al O2, en el mismo centro comercial y tomamos un postre más o menos decente. Nos regalaron un CD y una galleta con forma de corazón. Pero de nuevo el martini era malísimo y el plátano del postre estaba helado. Bueno, esperamos que el año que siguiente nos vaya mejor que hoy. Y esperamos que ustedes la hayan pasado espectacular.

Decepción amorosa

Vinimos encandilados por un anuncio promocional del 14 de febrero a cenar al Nobu y nos llevamos una gran decepción.
Todo, absolutamente todo ha decaído los tragos, el servicio, la calidad de los alimentos, tanto que ni siquiera pedimos vino ni tomamos postre. Correremos a ver si encontramos un sitio donde nos sintamos a gusto para tomar un postre.
Si el Índice Big Mac es un indicador internacional comparativo del valor de una moneda, el precio del menú de degustación en Nobu se mantiene en mil pesos desde hace un año, pero la calidad de los ingredientes ha caído en un abismo. ¿Será un indicador de algo?

domingo, 13 de febrero de 2011

Intolerancia

Hoy en día muchas personas sufren intolerancia a algún alimento: lactosa, gluten, azúcar... Y también sufren la intolerancia de la mayor parte de los restaurantes en la Ciudad de México. No estamos hablando de pequeñas fondas, sino de los locales caros, de supuesta categoría (vaya palabreja).
Son pocos los lugares en donde hemos encontrado una actitud amistosa y tolerante para las personas con necesidades alimenticias diferentes.
Es de esperar que si casi ninguno cuenta con instalaciones amigables para los minusválidos, su carta no tenga platos especiales o que su personal no esté capacitado para tomar en cuenta las necesidades de quienes no pueden comer ciertos ingredientes.
De los pocos lugares que se nos vienen a la mente que cuentan con instalaciones que suprimen barreras arquitectónicas para los minusválidos son Le Cordon Blue, de la casa de Francia, el Biko y el Oca, pues estos últimos cuentan con elevadores que los hacen accesibles a personas en sillas de ruedas, por ejemplo. Le Cordon Blue cuenta además con un menú en braille y organiza las llamadas “cenas a ciegas” para fomentar una cultura de la comprensión y la tolerancia.
En Biko, el desaparecido Ouest y Azul Condesa Gerardo encontró muy buena disposición del personal para evitar los platillos con lácteos. Y el Sud 777 es el único restaurante en donde al hacer la reservación le preguntan si sufre de alguna intolerancia o hay algún alimento que no puede comer y esto sólo si se reserva para la Mesa del chef, pero no para el salón. En Biko y Pujol preguntan al tomar la orden si se tienen restricciones alimenticias.
Todo esto viene a cuento porque hace unos días los pecadores fuimos a cenar a la Trattoria della Casanuova, en la gastronómica Av. de la Paz, en San Ángel, un lugar que se caracteriza porque todo el personal de servicio sonríe y saluda cuando uno pasa. Sin embargo, pese a su amabilidad, es un lugar profundamente hostil para las personas con necesidades diferentes. En la mesa de al lado un señor pidió que le prepararan un plato especial y recibió un rotundo “no” como respuesta. En nuestro caso también recibimos varios “noes” del mesero (un chico con una pésima actitud) y del capitán (que más bien parecía personal de seguridad con su walkie talkie) a peticiones tan sencillas como cambiar unos gnocchis por pastas. Todos los postres tenían lácteos y azúcar y Gerardo tuvo que pedir que le trajeran los wafles que se sirven en el desayuno con crema chantilly y frutos rojos, pero sin wafle y sin crema, o sea, las puras frutas, y que le cobraran el plato completo. El capitán-patrullero tuvo que hacer un gran esfuerzo mental para digerir la petición y acceder a complacerla. Ni que decir que acceder al local en silla de ruedas exigiría un esfuerzo similar a escalar el Everest y que en vez de carta en Braille tienen unos lindos caracolitos.
Invitamos a los restaurantes de la Ciudad de México a tener una actitud más tolerante, visionaria y apegada a las necesidades de sus clientes.

miércoles, 9 de febrero de 2011

La Condesa se viste de Azul


A menos de una semana de la apertura del restaurante Azul Condesa, del chef Ricardo Muñoz Zurita, los pecadores lo visitamos para cenar. El restaurante está ubicado en una de las colonias con mayor oferta gastronómica de la Ciudad de México, en la avenida Nuevo León, en donde antes estaba el Ligaya.
Nada más entrar vimos al chef propietario pendiente del salón. Al poco tiempo llegó a saludarnos cortésmente a nuestra mesa, se interesó por lo que habíamos pedido y nos recomendó una opción de maridaje para nuestros platos. También salió a saludarnos el chef Atonatiuh Rodríguez, de quien también obtuvimos diversas sugerencias. A partir de esto teníamos a tres meseros y al capitán muy pendientes de nosotros.
La propuesta gastronómica sigue la línea de la cocina tradicional mexicana, elaborada con respeto y calidad. Además de la carta, se presentarán diversos festivales monotemáticos a lo largo del año. Esta vez nos tocó el festival Alma Jarocha (de Veracruz), en el que se incluyen varios platillos representativos de dicho estado.
A diferencia de las cafeterías Azul y Oro de Ciudad Universitaria, el restaurante Azul Condesa presenta una carta de vinos que si bien resulta sencilla, cuenta con la variedad suficiente pare elegir un buen maridaje con los platillos del menú. 
También incluye una buena gama de tequilas y una conveniente selección de mezcales blancos de diferentes regiones del país, entre otros destilados. Cabe mencionar que en Azul Condesa, Muñoz Zurita se asoció con los dueños del extinto Ligaya quienes también poseen otros restaurantes como el Capicúa y la Champagnerie.
Aprovechando lo anterior, Eva ordenó como aperitivo el mezcal blanco Murciélago ($70), proveniente del estado de Durango, elaborado con agave 100% silvestre y de producción orgánica, que resultó sumamente agradable en el paladar, con los aromas característicos de esta variedad de agave poco conocida. Gerardo se decidió por un tequila Herradura reposado ($95) que le cayó de maravilla.
De primer tiempo Eva eligió el Auténtico salpicón de venado ($87) con rebanadas de aguacate y totopos de maíz. El sabor era correcto, estaba muy bien aliñado y los vegetales frescos que lo acompañaban estaban en su punto exacto de madurez. La carne resultaba ligeramente dura, pero es comprensible, debido a que el plato estaba elaborado con pierna de venado, que por naturaleza no resulta tan suave.
Gerardo pidió el Tamalito ranchero Tlacotalpan ($53) que se ofrecía entre las sugerencias del Festival jarocho como “preparado con generosa porción de carne de cerdo y hoja santa” y se presumía como “receta especial”. Sobre advertencia no hay engaño, estaba bueno pero, efectivamente, la carne de cerdo era abundante y con mucha grasa, muy al gusto tradicional veracruzano, pero no tanto de quien lo comió.
Eva se decidió, como segundo plato, por el Ceviche rojo mixto mandinga ($96) que estaba compuesto por una mezcla de pescado y camarón. La textura de ambos era correcta, pero la cantidad de camarón era desproporcionada frente al pescado, lo que hacía que el segundo tuviera muy poca presencia. Estaba preparado con una salsa de jitomate y chile chipotle muy bien elaborada. Los sabores formaban un agradable conjunto. En general era un buen ceviche.
A Gerardo se le antojó un Caldo de frijoles negros cuenca del Papaloapan ($30) que venía servido en una ollita de peltre muy coqueta. Estaba muy sabroso, es lo que se espera de un rico caldito de frijoles que evoca momentos de la infancia y otros platos comidos a lo largo de la vida que, a su vez, remiten a los primeros.
Para maridar nuestros platos fuertes aceptamos la sugerencia del chef Muñoz Zurita y pedimos una botella de Silvana, un vino blanco del 2009 de la bodega Viñas Pijoan, del Valle de Guadalupe en Baja California ($550). Vino joven, elaborado con las uvas Chenin Blanc, Sauvignon Blanc y Moscatel que presentaba un color amarillo pálido; estaba fresco y bien balanceado, con aromas cítricos y de flores blancas. Por desgracia, no nos presentaron el vino a la temperatura correcta, por lo que tuvimos que pedir que lo enfriaran.
Gerardo escogió el Pescado a la veracruzana Puerto de Veracruz ($140), anunciado en las sugerencias como “el platillo más famoso de todo el Estado servido a nuestro estilo con ciruelas pasas y papas”. Pues muy famoso sí es y sabroso también estaba. La presentación era buena, más esmerada de lo que suelen ser tradicionalmente. La cocción y la textura eran las correctas y las ciruelas pasas aportaban un toque dulce muy agradable.
Eva optó por la Posta de robalo al mojo de ajo ligero ($158), el que, con una presentación muy sencilla, tenía un buen sabor y la textura era buena, pero no perfecta, ya que para el gusto de Eva estaba ligeramente pasado de cocción, tal vez debido a que era un corte delgado. El mojo de ajo era tal cual la descripción, ligero y agradable; el arroz estaba muy bien cocido y el plátano era prácticamente decorativo. Hubo aquí un pequeño error en el servicio y es que nunca se ofreció la opción de acompañarlo con verduras, como venía sugerido en la carta. El vino se quedaba un poco corto debido al mojo de ajo.
De postre, el chef Atonatiuh le sugirió a Gerardo uno que no llevaba lácteos ni azúcar en exceso, el Tamalito de coco con piña ($52) que venía anunciado en la carta del Festival con la siguiente leyenda: "de un lugar en la carretera entre Veracruz y Alvarado, postre chico para darse un gustito". Y gustito sí que le dio, más cuando vio en la cuenta que los postres habían sido cortesía de la casa.
A Eva se le antojó la Leche nevada ($55), que no era más que una simple salsa de vainilla, cubierta con un merengue suave atinadamente bien azucarado, con ralladura de limón y espolvoreada con coco, almendras y un poco de nuez. No hay mucho que decir de este postre, ya que era muy sencillo, pero resultó agradable y bien balanceado. Como digestivo eligió un licor del 43 en las rocas.
La decoración del lugar es sencilla y de buen gusto, con mobiliario de madera natural que evoca al de las cafeterías, pero con un toque chic. Predominan los blancos con pinceladas azules. El servicio fue muy esmerado, pero en este aspecto no podemos ser muy objetivos, pues una vez que perdimos la calidad de incógnito la atención que nos brindaron fue incluso desproporcionada.



Un punto positivo que comparte el Azul Condesa con sus cafeterías medio hermanas (además de algunos platillos, como las enchiladas de Jamaica) es que se ofrece muy buena comida mexicana a precios muy accesibles, aunque como es lógico no tan baratos en el primero como en las segundas. En conclusión, vale la pena ir.

Dirección: Av. Nuevo León 68, Colonia Condesa
Teléfonos: 5286 6268, 5286 6380
Horarios: Mar. A Sáb. de 13:00 a 23:30 horas
Dom. y Lun. de 13:00 a 18:00 horas