martes, 30 de noviembre de 2010

Fe de erratas o roedores piadosos

El pasado miércoles Gerardo publicó que había ido al restaurante Rosetta, en la colonia Roma y que estaba cerrado. Y efectivamente fue, pero la percepción le jugó una mala pasada. Al día siguiente, en una “cena desquiciada” del chef Adrián Herrera, en el restaurante Pujol, Gerardo compartió mesa con la chef Elena Reygadas, propietaria del Rosetta. Amablemente, la chef explicó que el restaurante sigue abierto y lo que pasó es que Gerardo desde su coche no se percató, pese a haber dado tres vueltas a la manzana. Para comprobarlo, regresó el sábado, esta vez a pie, y como Santo Tomás, vio con sus propios ojos que Rosetta sigue abierto. Una disculpa por las molestias que la información hubiera podido ocasionar.



En el mismo post se afirmaba que El Malayo estaba cerrado porque era miércoles y ese día descansa. Fue otro error. Efectivamente estaba cerrado, pero no por ser su día libre, sino definitivamente.


O sea que sí hubo un restaurante que terminó sus operaciones y otro que las continua; el problema es que estaban intercambiados. Y es que no es lo mismo una fe de erratas que unos roedores piadosos.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Un malaya y tres fracasos


Esta semana Gerardo vivió un claro ejemplo de la fugacidad de las cosas, que son reflejo de la temporalidad de la vida. “¿Acaso para siempre en la tierra? ¡Sólo un breve instante aquí!”, se pregunta y lamenta un poema nahua. Eso es lo que reflejó el destino en la suerte de tres restaurantes a los que quiso ir a comer en un mismo día. Todos habían desaparecido de la faz del planeta.
El primero de la lista fue Rosetta, ubicado en Colima 166, esquina con Orizaba en la Roma. Ya no existe mas que en la edición 2010 de la guía de restaurantes “Queremos comer” y en la aplicación para IPhone “Gourmap”, pero en la realidad es un lugar desmantelado, con sillas apiladas sobre mesas cubiertas de polvo.
Tras la sorpresa, pensó en ir al Malayo, cerca de ahí, en la Plaza Río de Janeiro, también en la Roma, pero si bien seguía existiendo en la realidad, además de en las guías como “DF, por Travesías a la mano” que lo tiene entre sus recomendados, el caso es que no abre los miércoles y la ronda fue en vano. A éste ya había ido Gerardo en dos ocasiones que constan en la fotogalería de la página de Facebook y que le dejaron impresiones dispares. El caso es que el malaya Malayo estaba cerrado.
De ahí, tal vez por una asociación de ideas decidió dar el salto a la vecina colonia Condesa, al restaurante Los Placeres, en la calle de Pachuca y que antes estuvo en el mismo lugar que ahora ocupa El Malayo. ¡Oh sorpresa! Los crueles hados decidieron que este lugar que sirviera comida francesa hubiera pasado a la historia, al igual que el italiano Rosetta.
Hambriento y frustrado recordó el restaurante Ouest, que está a unas cuantas calles, en la en la parte menos comercial de la Condesa, hacia el Metro Chapultepec, en Juan de la Barrera. Este lugar ya fue reseñado en el blog. ¡Oh desilusión!, si bien en cierta forma ya lo había anticipado, no dejó de causarle tristeza y desazón ver que este restaurante de comida tecno emocional, que apenas había abierto sus puertas en junio, ya era pasto de las cenizas y el olvido.
La moraleja de esta serie de lugares cerrados se condensa en el poema nahua antes aludido: “Hasta las piedras finas se resquebrajan, hasta el oro se destroza, hasta las plumas preciosas se desgarran”.
Todo tiene, pues, su principio y su final y este blog no es la excepción.

martes, 16 de noviembre de 2010

Corazón de maguey, ¡éste sí que late!

En estos días gélidos fuimos a comer en plan kamikaze al Corazón de Maguey en el Jardín Centenario de Coyoacán. Y decimos kamikaze no por el lugar, sino porque desafiando la inclemencia del tiempo nos sentamos en la terraza. Y la verdad es que la pasamos maravillosamente bien. Claro que era la hora de la comida y fue un día menos helado que los del resto de la semana pasada.

Sonia llegó como 20 minutos antes y pidió una margarita de mango escarchado con sal de gusano, que estaba sabroso y muy pegador y, por fortuna para Gerardo, que la hizo esperar, muy relajante. De la paciencia de Sonia y el retraso de Gerardo el servicio dedujo que no teníamos prisa y se tardó como veinte minutos en volver a hacer acto de presencia.
Gerardo pidió, cuando se dignaron a hacerle caso, un coctel Barro, servido en una cazuelita de ese material y que llevaba mezcal Alipus, naranja, limón, toronja, granada, sal de gusano y chile. Estaba lo que sigue de bueno. La bebida se tomaba sin popote, directamente de la cazuela.
En la carta se dice que todos los cocteles están elaborados con miel de maguey, a excepción de los que ya en mención tienen azúcar mascabado.
De la concurrencia dedujimos que probablemente el lugar figura en alguna guía de turistas, pues había muchos extranjeros, pero no como los de Polanco, sino más alternativos. Ya de paso pedimos las entradas para no arriesgarnos a esperar otra media hora.
Para botanear se nos antojó un guacamole con chapulines ($99) que era una porción basta, servida con tres tostadas muy naturales y que mejoraba cualquiera de los guacamoles que hemos probado, sin duda alguna.
Y la otra entrada que pedimos fue un chile ancho de Michoacán ($99) relleno de plátano con nata de queso cotija, que no hay palabras exactas para describirlo, pues era excepcional en sabor.
Y antes de pasar a lo sustancial, revisamos a fondo la carta. En el menú de todos los días tienen las opciones infaltables como enmoladas, huachinango a la veracruzana, sopa de fideo, caldo xóchitl… las típicas opciones pero, a juzgar por lo habíamos probado, probablemente mejor hechas que en otros lugares de cocina mexicana de mayores pretensiones. Por cierto que hubo un plato que nos recordó en su concepto a los del Pujol. Y era el de huarache con top sirloin. Eso sí que es no dar paso sin huarache.

En la carta también se presentaba la sección de platillos del Bicentenario en donde había tres opciones de entradas, platos fuertes y postres; la mesera nos contó que los dueños habían hecho un viaje por toda la republica visitando desde los mercados hasta los restaurantes más costosos para rescatar y mejorar lo que hoy conforma dicho menú. Por nuestra cuenta nos enteramos que quien hizo el viaje fue el chef Alejandro Piñón, alias “El Tequila”, bautizado como la ruta de Aromas y Sabores, organizado por Patricia Quintana en la zona del Bajío y también Michoacán, Tlaxcala y Toluca.
Pero bueno, después de leer y releer una carta poco extensa pero con suficientes opciones, Sonia quiso un Atapacua de Michoacán ($125) que son trozos de cerdo en salsa verde espesada con masa y guarnecida con habas y ejotes. La temperatura y la cocción, así como la presentación eran excelentes, pero tenía un intenso sabor a grasa de cerdo y chicharrón que le hicieron a Sonia imposible terminar el plato.
Gerardo mejor pidió un chivo tapeado de Querétaro ($275) que sin ser las mejores piezas de carne, pues estaba medio pellejudo pero no correoso, se comía muy apeteciblemente, con sabrosas tortillitas clientes, aunque tampoco era nada del otro mundo.
Para compensar a Sonia que casi no había comido nada, decidimos probar el pez bruja en mole verde michoacano ($209), que sabía a mojarrita grasosa, de buena textura y cocción. El  mole verde, aunque suave, armonizaba bien con los sabores del pescado y los frijolitos.
En esta ocasión no pedimos vino, porque se nos antojó más la cerveza artesanal que ofrecen en el lugar y que por el momento no se encuentra en ningún otro sitio. Nos inclinamos por la oscura, tipo Stout, aunque también tienen Piltzener. Nos explicaron que las elabora un holandés llamado Jorge, de apellido impronunciable, por lo menos para el mesero.
Y ya que hablamos del mesero, nos atendió un chico de carácter desenfadado que no tenía ni idea de nada, pero que era muy simpático y le cayó muy bien Sonia. Le dejamos el 15% de propina por hacernos reír.
De postre Sonia pidió un gaznate ($59) relleno de natilla de cajeta, con helado de vainilla, higos cristalizados y frambuesas, un postre muy bueno en concepto pero no tanto en realización, ya que la fruta del gaznate sabía a otros ingredientes, seguramente fritos en el mismo aceite.
Gerardo, muy citadino, ordenó un Chingadito del pueblito ($79) que era un puré de camote tatemado con helado de vainilla y machacado de frambuesa. Estaba bueno pero era cansado para el paladar.
Observando el local, de primera vista se puede apreciar lo típico mexicano en todo, desde los colores vivos y las sillas de cuero (equipales). Sencillo pero agradable, muy coyoacanense.
En el servicio, excepto la vez que nos dejaron esperando, todo fuer bastante rápido, eficiente y cuidado dentro de lo posible. Se nota que no son meseros de profesión, sino chavos necesitados de una chamba que lo hacen con la mejor disposición.
Durante el tiempo que estuvimos ahí notamos que varias mesas consumían jarras de un preparado cremoso, y al preguntar nos dijeron que era curado de vino tinto. Nos explicaron que conforme se acaba el pulque llega un nuevo pedido que se cura inmediatamente con la fruta, semilla o verdura que esté en la cocina. Todo un éxito. También tienen pulque natural en vaso, media jarra y jarra. Según quieran agarrarla.
Corazón de Maguey nos latió mucho más que otros lugares que son más costosos y, sobre todo, más pretensiosos.


Dirección:
Jardín Centenario 9, Colonia Del Carmen, Coyoacán.
Tel.: 5659 2912ny 5659 3165
Horarios:
Dom. a Mar. de 13:00 a 01:00 horas
Mie. a Sáb. De 13:00 a 02:00 horas

miércoles, 10 de noviembre de 2010

¡Xaac, Pum, Cuas!


Como la cueva de Batman estaba  escondida en un risco lejano, el restaurante Xaac está en un recodo de la Avenida Mario Pani, un camino que más parece un intestino, por las vueltas que da, que una avenida propiamente dicha. Eso sí, todo lujoso y moderno, pero no bonito.
Llegamos a un salón enorme, de altos techos y amplios espacios, completamente vacío, excepto en la terraza, donde un grupo de señoras estaba chacoteando alegremente, tras una comida que adivinamos de larga sobremesa (ya era la hora de la cena) y mucho alcohol.
De inmediato nos ofrecieron un coctel de una selección que nos repasó verbalmente el camarero. Los dos  pedimos sendos martinis ($85 cada uno) descritos como de pepino con miel de agave y chiles, que en la realidad resultó en una mezcla de pepino muy endulzada pero no precisamente con miel de agave y sin evidencia real de algún picante.
Para no ser los únicos en el inmenso salón, decidimos pedir las entradas en la terraza y de lo que ofrecía la carta nos llamó la atención la Ensalada de tomate con vinagre de sidra y aceite orgánico ($80) que resultó un simple jitomate con cebolla que ni siquiera estaba en su punto y además por poco y le dejan hasta el pedúnculo, lo que  nos bajó toda expectativa.
Algo tan sencillo, y que a la vez hubiera podido ser tan sabroso, es una auténtica prueba de fuego de cualquier cocina, porque sólo implica la elección de materia prima. En la parte inferior de la carta aparece un leyenda que doce: “en este establecimiento se sirven productos de alta calidad...” No fue el caso del tomate.
Como teníamos que seguir, de segunda entrada se nos antojó una menestra de verduras ($180) que resultó ser una porción enorme de un preparado poco homogéneo en sabores, con predominio del ajo, llegando a ser desagradable y con puntos de cocción desatinados en las diferentes verduras. Tampoco la presentación era buena. Decidimos no comerlo.
Dándole una oportunidad más a las entradas, ordenamos unas Tostas de foie ($170), que eran tostaditas de pan con un tipo mousse de foie con una mermelada. La presentación era más bien casera. Gerardo quiso maridar este plato con un vino blanco dulce, como es la tradición, pero para su sorpresa no había por copeo y tuvo que pedir un Edetaria Dolc ($190) que no resultó ser una buena compañía para el platillo.
Como la noche refrescó muy rápido y ya sufrimos mucho con el tomate y las demás entradas como para, además, padecer las inclemencias del tiempo, preferimos comer el plato fuerte en el salón que todavía estaba vacío y del que posteriormente se ocupó una mesa.

Sonia se inclinó por el Confit de pato con peras asadas ($230), servido sobre cous cous con peras asadas y  escasísima salsa de la misma fruta. El resultado fue un plato seco, pues no sólo la carne no era muy jugosa, sino que el cous cous se caracteriza por absorber muy rápidamente la salsa. Una experiencia sensorial plana en texturas, pero aburrida en sabores.
Gerardo se ilusionó con una sugerencia de la carta que era Bacalao frito en salsa de tomate ($320). ¡Oh, decepción! El pez estaba ligeramente salado aunque la cocción era correcta. La salsa era insípida, muy pero muy lejos de la complejidad  e intensidad de sabores de un bacalao a la vizcaína. Más bien era un pescado con puré de tomate sobre una cama de papas.
Lo mejor de la noche fue el vino, que gracias a Dios nos vino a rescatar de la planicie en la que estábamos. Un  chileno de nombre Cayao ($1355) de la bodega Viña Boltalcura, coupage de Cabernet Sauvignon, Carmenere, Malbec y Syrah. Se percibían frutos rojos, barrica americana y una frescura que aportaba aromas a cardamomo y menta. Redondo y persistente. Al final fue mucho vino para tan mala comida.
El otro acierto de esa aciaga experiencia para el paladar fue el servicio, que hubiera sido el colmo que hubiera sido malo, siendo como éramos la única mesa, lo que sí les faltó fue explicar más los platos, pero en general eran meseros capacitados, amables y constantes.
Para finalizar, Gerardo pidió unos higos caramelizados con queso manchego y reducción de vinagre Fórum ($90), que fue el único plato que más o menos le gustó desde la presentación hasta el sabor.
Sonia se fue por una trufa de chocolate con avellana ($85) que era una pieza individual tiesa y sin gran sabor. Lo que sí estaba bueno era el helado de frambuesa, pero aun así no se salvaba el plato ni en concepto ni en nada.
La decoración era una extraña mezcla entre minimalismo y rococó post moderno, con aspectos que tendían al exceso en puntos focalizados y con adornos que llegaban a ser grotescos.
Cuando salimos a cenar buscamos una experiencia plena y llegamos a cada lugar con la esperanza de que nos sorprenda. En este caso la experiencia no fue plena, sino plana.

Dirección: Av. Mario Pani 202, Col. Santa Fe
Tel. 5292-6117
Horarios: Dom. a Mar. de 13:00 a 18:00 hrs
Mie. a Sáb. de 13:00 a 11:00 hrs


viernes, 5 de noviembre de 2010

Ciudad Tinto, sin alcalde

En esta ocasión fuimos a cenar a Ciudad Tinto, un restaurante que abrió hace pocos meses en la colonia Nápoles, atrás del WTC. Como es una zona de oficinas y llegamos temprano en miércoles, éramos literalmente los únicos. Más tarde fueron arribando otros comensales, sin que se llegara a llenar ni mucho menos.
Algo que nos motivó a ir es que vimos en internet que la chef ejecutiva y las dos chefs que llevaban la operación son mujeres, algo todavía poco frecuente en un ámbito dominado por el machismo. Sin embargo, después nos enteramos por vía informal que el chef ejecutivo es hombre.
El lugar es muy agradable, con mucha madera, colores cálidos y jardineras por todos lados. La hostes es de las pocas, por no decir la única, que nos ha tocado que desempeñaba bien su función, menos cuando le cerró el paso a Gerardo en su camino al baño, plantándose como amazona en medio de la escalera y preguntando si tenía reservación, cuando ya íbamos en el segundo plato.
La carta, no muy extensa, contaba con 16 entradas y 16 platos fuertes, además de las sugerencias con opciones que iban desde quesadillas, taquitos y tostadas, hasta carpacho, aguacate con camarones, ensaladas, etc. En su página se anuncian como cocina fusión, que sí es palpable en la oferta pero, por la variedad de platillos podríamos decir que más bien es cocina internacional con ciertos platillos de fusión.
Para abrir boca comenzamos con unas margaritas, Sonia de tinto ($60) que estaba buena sin ser la más maravillosa, y Gerardo una de tamarindo ($60) que le agradó bastante, y más porque era una tarde calurosa.
Como  entradas pedimos dos al centro, una quesadilla de marlín adobado ($110), que era una sincronizada aderezada con cebollas moradas en escabeche y salsa verde picosita. Era una muy buena opción, bien presentada con la temperatura adecuada muy equilibrada de sabores.
Y de segunda opción nos fuimos por unos taquitos de pato al horno ($220) que, como los sirvieron al mismo tiempo, ya los comimos fríos,  pero aparte de que la tortilla estaba helada y tiesa, el pato más la salsa roja que lo acompaña estaban muy buenos.


Ya de fuerte, a Sonia se le antojaron unos ravioles gigantes ($130) rellenos de tres quesos con salsa de mejillones, que no fueron gran éxito, pues parecían ravioles congelados de COSTCO, con una salsa que no sabía ni poquito a mejillón, más bien sabía a sopa de lata.
Y Gerardo ordenó una pechuga de pollo con mole de pistache ($145), acompañada de arroz blanco y plátano macho frito, que estaba buenísima. Una preparación muy cremosa por la grasa de los pistaches pero nivelada en sabor, con típicos ingredientes de un mole tradicional como cilantro, perejil, hojas de rábano etc. Buena presentación, temperatura correcta y excepcional sabor.
Para maridar nuestros platos fuertes estábamos indecisos, por lo que pedimos ayuda, pensando en que si es un restaurante con una cava tienda, habría un sommelier o experto en el tema. Para nuestra sorpresa no existía tal, y el mesero (enviado por alguien más ignorante) nos recomendó un tinto muy fuerte, y la verdad no le hicimos caso y mejor nos guiamos por el gusto de un bien conocido Casa Grande, de Casa Madero ($340) que maridó  a la perfección.
Una Ciudad Tinto sin sommelier es como una metropolí sin alcalde.
Eso sí, la carta de vinos era muy extensa y cuidada en cuanto a la oferta de tintos, con mucha presencia de bodegas “nuevas”, pero al llegar a los blancos o a otros países, la oferta se agotaba. ¡Gracias por apoyar a la vitivinicultura mexicana!
El ambiente, aunque con poca gente, es agradable y el servicio constante, amable y esmerado, pero les faltaba capacitación tanto en el contenido de la carta como, colmo de los colmos, en materia de vinos.
La carta de postres sin ser extensa cuenta con opciones para todo gusto, desde chocolate, cremoso, frutales, y selección de helados Häagen-Dazs. Ante esto, Sonia se fue por una crema de limón con frutos rojos ($60) que la verdad no era muy buena, porque la crema base con la que estaba realizada  era muy, muy grasosa y mataba toda la frescura del cítrico.
Gerardo  pidió unas láminas de manzana con helado de vainilla ($65) bastante agradable, a excepción de una salsa de caramelo que sabía a paleta Tommy.
Para acompañar los postres, Gerardo pidió un vino chileno de cosecha tardía de la bodega Concha y Toro ($50), que tenía un marcado sabor a ate de guayaba, pero que no tenía un sabor tan refinado como otros vinos de cosechas similares que había tomado en otros lados.
Sonia prefirió un digestivo y pidió un Licor del 43 ($75) en las rocas a lo que Gerardo acompañó con un té Earl Grey ($26).
Como detalle curioso, los baños estaban bonitos y tenían un jabón maravilloso y una crema estupenda para las manos.
Una de las sorpresas más agradables de la cena fue cuando llegó la cuenta y nos percatamos de lo barato que salió. Fue como viajar a una ciudad extranjera provenientes de un país con una divisa más fuerte.





Dirección
Dakota 159, Col. Nápoles
Tels. 5543-2313 / 5543-3142
Horarios:
Dom. a Lun. de 13:00 a 18:00 hrs.
Mar. a Sáb. de 13:00 a 1:00 hrs.