martes, 29 de junio de 2010

D.O., el guapo del barrio




Salir a cenar tarde los lunes en la ciudad de México puede resultar complicado si no se planea exactamente a dónde ir y se checan los horarios de servicio. Así nos pasó cuando quisimos ir al Meretoro, el restaurante del chef Jair Téllez (que también tiene el Laja en Ensenada, BC) y resulta que ese día descansa. Como no teníamos plan B y temíamos iniciar un recorrido frustrante, llegando a cada sitio un minuto después de que cerrara, tomamos rumbo a Masaryk, en Polanco, y así llegamos al D.O. (Denominación de Origen) del chef Pablo San Román.
¡Bingo! Ahí nos encontramos con una terraza que se antojaba por fresca en la noche de un día caluroso. Y así descubrimos que el tiempo fluía a otro ritmo. No había prisas, ni caras de “apúrenle porque ya va ser hora de irnos”. Para decirlo en un idioma muy castizo, todo era guapo: el lugar, el servicio y hasta el chef. Que antes de irse salió a saludar, como los toreros.
El servicio desde el principio fue impecable, constante, esmerado y con mucha disposición.
Para abrir boca a Sonia le ofrecieron un Oporto Ferreira que aceptó gustosa y Gerardo siguiendo con la tradición de los vinos generosos, pidió una manzanilla.
Ya entrados en el menú, que es bastante largo, pero con mucho sentido, elegimos dos entradas para compartir, la primera: media orden pimientos rellenos de rabo ($135 la orden completa) y media orden de los mismos rellenos de txangurro –cangrejo moro- ($145) y también unas habitas con jamón ($165). Los tres con una presentación nada complicada pero de gran sabor, cocción perfecta y en resumen perfectos al paladar.
Lo que impresiona de la cocina del chef San Román, es su perfecto equilibrio de sabores, aunque todos fuertes pero con un resultado armonioso y lo más importante es la parte acogedora y cálida que transmite en sus preparaciones, que manteniendo el carácter tradicional de la cocina española, las hace contemporáneas sin llegar al minimalismo de la nouvelle couissine o de la cocina molecular.
En los platillos fuertes es en dónde se puede percibir con mayor intensidad lo característico de su cocina, empezando por una porción generosa, presentación sencilla y lo mejor: sabores exactos y bien definidos.
Así de principal ordenamos, Sonia el lomo de pescado en salsa verde con kokotxas y almejas ($220), que maridó con un vino blanco Santiago Ruiz o Rosal ($128), cosecha 2008 de Rias Baixas.
Y Gerardo un solomillo a la parrilla con salsa de vino tinto y tuétano ($210) que acompañó con un tinto Valdubon ($128), con más de 4 meses crianza en barrica de roble francés, cosecha 2007, de la Ribera de Duero.
De postre nos trajeron un biscuit de higos con chocolate caliente -$75- (por cierto se había enfriado por el fresco de la terraza) que tenía una textura agradable y se equilibraba lo dulce con los higos frescos y lo amargo del chocolate. Sonia lo acompañó con un vino Torres Moscatel ($75) de Málaga con un aroma fuerte a oporto.
Gerardo se decidió por un mousse de yogur con frutas ($65) que tenían dos características fundamentrales para él: bajo en azúcares y cero lácteos, aunque luego sí le tupió duro al azúcar con el vino Tokaji Furmit ($110), cosecha tardía, de Hungría. El sabor del dulce era mucho mejor que su aspecto, ¡gracias a dios! Y el vino delicioso, parecido al sauterns, pero con un toque cítrico más acentuado.
La decoración del lugar es una mezcla de arquitectura moderna, de muy buen gusto, con un toque marinero mezcla de estilos del Mar del Norte y Mediterráneo, con un juego de colores y de luces de gran calidez, muy acorde con la pasión culinaria del chef propietario. Hasta el baño era el más bonito de todos los restaurantes que hemos reseñado.
De las tres mesas, además de la nuestra, una era de españoles, otra mixta (un español con su secre multiusos) y una de británicos que llegaron tarde y a chupar, nosotros rompimos, una vez más, el récord de permanencia y fuimos los últimos en dejar el lugar.
Una hora antes se había ido el chef San Román, tras su vuelta al ruedo, haciendo ruido en plan guapo, en su Harley Davidson.

Dirección: Hegel 406 (esquina con Presidente Masaryk), Col. Polanco
Tels. 5255-0612 / 5255-0912

martes, 22 de junio de 2010

De Magritte a Maremonte


En esta ocasión vamos a contar una experiencia diferente. Todo comenzó con una invitación en Facebook para asistir a una exposición en Bellas Artes del pintor surrealista René Magritte, que se complementaría con una cena maridaje en el restaurante Maremonte que está en la Condesa.
La salida estaba programada desde el centro comercial Antara, a las 18:30. Como Gerardo se despistó llegamos un minuto después de que se había ido el autobús, en el que se servirían vino y canapés durante el recorrido. En lugar de eso nos tuvimos que tragar el humo del escape del camión, al que nos dedicamos a perseguir y alcanzamos justo en Bellas Artes.
Si sirvieron o no canapés lo ignoramos, pero nadie bajó del transporte con cara de haber comido algo rico, ni con migajas en la ropa.
El recorrido por ‘El mundo invisible de René Magritte’ lo explicó la co-curadora Alejandra. Tal vez porque llegamos tarde a la exposición, el tour fue rápido y no hubo posibilidad de apreciar la obra con tranquilidad.
En total eran aproximadamente siete salas donde se presentaba su trabajo en orden cronológico junto con su evolución artística. El único pero fue que no se podían tomar fotos, pues la obra está protegida por derechos de autor, además de que había una extrema vigilancia que aunque discreta a veces resultaba incómoda.
Además de que la exposición era muy completa, contaba con espacios lúdicos para los niños en donde se podía interactuar y tomar fotos.
La exposición daba una visión global del autor y de su obra, recopilando trabajos de diversas colecciones particulares y museos de todo el mundo, mostrando su capacidad de trastocar las cosas a partir de realizaciones hiperrealistas yuxtapuestas y fuera de contexto. Por ejemplo, pintando con toda minuciosidad una calle desierta por la noche, con mimo en los detalles (sobre todo en la iluminación), con un cielo luminiscente de mediodía. El título: ‘El imperio de las luces’.
Otro ejemplo es la pintura de un hombre que monta a caballo a través del bosque y donde los claros son opacos y las cosas no son lo que parecen. De este concepto surgió el nombre de la exposición.
Tras el maravilloso aunque apresurado recorrido, fuimos al Maremonte a la cena maridaje.
Como viajamos aparte llegamos antes que el autobús y mientras esperábamos nos ofrecieron un cocktel de creación de la casa llamado Pimienta shake, que nos lo explicó detalladamente quien posiblemente era su creador, además del barman. Un hombre parecido a Nacho Libre. El trago, que bebió Sonia, estaba muy bueno.
Luego llegaron tres tiempos con sus respectivas copas que no son representativos de la oferta del restaurante, pues fueron sobre pedido de bajo presupuesto y parecían de cena de quince años.
De entrada nos llevaron una ensalada de arúgula con mango y una mezcla de queso crema con queso de cabra y hierbas.
El maridaje de acompañamiento era un vino Genolí blanco de Bodegas Ijalba de la Rioja, ciento por ciento viura, muy joven y fresco. De sabor afrutado que equilibraba la acidez de la arúgula.
De segundo se podía escoger, como en clase turista, entre atún sellado o filete a la pimienta. Ambos iban acompañados de spaghetti con crema y jitomate además de verduras al vapor. Sonia optó por el primero (como no le gusta el atún) y Gerardo por el otro.
Estos platos se maridaron con un tinto Múrice de la Rioja, de la misma bodega que el anterior, con un año de crianza y que era una mezcla de 90% tempranillo y 10% graciano, con barrica americana muy marcada y cuerpo medio.
Maridaba bien con las dos opciones, y la comida no era mala de sabor, sin embargo la presentación no fue buena y simplemente correspondía a las necesidades de lo que los organizadores habían contratado con el restaurante. Pero al final de todo estuvo bien y las porciones fueron más que suficientes.
De postre sirvieron una gran ración de Mousse de maracuyá, que no estaba muy bueno que digamos y que parecía comprado en El Globo. Éste se maridó con un cava Freixenet de Ezequiel Montes, Querétaro, que maridaba medianamente pero que en calidad se quedaba corto pues su burbuja era grande y junto con su aroma no perduraban.
Al margen de la calidad, o falta de ella, de la cena, nos hubiera gustado que los organizadores hubieran sido más creativos y encargado un menú menos convencional y más acorde con la exposición, tal y como lo ha vivido Gerardo en el Museo Tyseen de Madrid, en donde visitó hace un par de años una exposición de Joan Miró y los pinchos del bar del museo se inspiraban en el tema y los motivos de la muestra, como se ve en la foto que acompaña.
Otro detalle importante fue que el sommelier que promovía los vinos nuevos jamás se acerco a nuestra mesa a hacer cata o platicar de su producto, más bien estuvo cerca de la mesa de los organizadores, sin enriquecer a los asistentes que pagaron por ello.
En contraste el servicio en general fue bueno, con los meseros muy atentos y amenizado por las puntadas de Nacho Libre y su pimienta shake, que fue lo único surrealista de la cena que si maridaba con Magritte.
Dirección: Laredo 13 esq Amsterdam
Teléfono: 5212-2125

martes, 15 de junio de 2010

Diana sin calzones


La estatua de la Diana Cazadora es el emblema del restaurante del mismo nombre en el Hotel St Regis, en Paseo de la Reforma junto a la glorieta de la susodicha escultura de la diosa desnuda. Y precisamente, conocer a alguien al desnudo es entrar al terreno de la realidad íntima de la persona o cosa que se conoce. En México tenemos una frase que ejemplifica esto muy bien y que dice “a calzón quitado”. Y eso es precisamente el tipo de crítica que buscamos hacer en este blog.
Así que a calzón quitado decimos sin mordernos la lengua que el restaurante Diana no nos gustó.

Es un lugar grandilocuente y faraónico, con aspecto versallesco contemporáneo y frío como las mansiones del Ciudadano Kane, de Orson Wells. Además caro y todo para que al final haya pocas nueces y mucho ruido.
Lo primero que nos decepcionó es que no se veía la Diana, a no ser que se colgara uno de la terraza a riesgo de caer en picada sobre la acera. Luego, entre tanto oropel, la tela de los sillones del gabinete estaba cochina.

De los alimentos y bebidas vayamos paso por paso. Para empezar no tenían carta de bebidas y el mesero recomendaba de viva voz los tragos. A Sonia le recomendó un cocktail llamado Alas de Ángel, que era un Martini que más bien parecía como de ángel recién expulsado del Paraíso, con un concentrado de fresa salido de la fábrica del mismísimo Lucifer. Gerardo, muy finolis, pidió para que Sonia no se burlara, un Fino la Ina, pero como no tenían le propusieron un Tio Pepe, con lo que acabó en la otra opción que no es el eterno whisky en las rocas.

La carta de alimentos estaba escrita en ‘pocho’, o sea, en inglés sin traducción y con los títulos de algunas secciones en español. Así, iniciaba con “Botanas” y seguía con las “Starters” y los nombres y descripción de los platos sólo en inglés. No es tan sorprendente si consideramos que de las cinco mesas ocupadas (una muy concurrida) erámos los únicos que no hablábamos el idioma de Bukowski (escritor norteamericano que se educó en la bragueta de un soldado) que no la lengua de Shakespeare.
La carta en conjunto era una mezcla de platillos, españoles, ingleses, franceses (mediterráneos) y toques muy raros de productos mexicanos que fascinan a todos los chefs extranjeros, pero que al final para el público mexicano no son nada novedosos. Como el atún sellado con pico de gallo, o una mezcla de hongos con hoja santa que a nuestro parecer el chef decidió añadir usando el método Vilchis (al vil chilazo).

Entrando al botaneo (así en español) pedimos para compartir un mil hojas de berenjena con cebollitas y cilantro y coulis de tomate ($125) que más que mil parecían cien hojas y carecía de toda la delicadeza de un mil hojas.

Y de Starter se nos ocurrió probar la ensalada Nicoise ($165) que no tenía ni la “n” de Nicoise, pues estaba hecha con árugula y berro, papas medio fritas (chiclosas) y un atún más que sellado, duro y soso.

Los platillos fuertes también los compartimos. Ordenamos el rack de cordero al horno con menta fresca y salsa de pimienta negra, papas y croqueta de apio ($335) al que no le encontramos la menta y como el capitán nos lo había ensalzado precisamente por la menta, la reclamamos y nos la llevaron ¡en jalea! Y así fue como al igual que el coco deviene en cocada, la menta terminó en mentada, pero no cambio mucho al platillo. Además venía bañado en una salsa demiglasé que parecía recién salida de la lata.

Siguió el rock cornish (pollito de leche en el leguaje de Cervantes que no de Cantiflas) marinado con Lima y ajo con aceite de Oliva, puré de papas y salsa de tomillo ($230) que en realidad no estaba ni para opinar acerca de él, de lo más equis.
Para maridar todo dudamos entre un Beaujolais Villages, La Tour Goyon, 2007 ($730) que el capitán nos ensalzaba como una elección segura, porque no conocía el Tabla No 1, Aguascalientes 2007, ($1,340), de una bodega nueva de Baja California, que es el que nos había llamado la atención y que el insistía en decir que era un monovarietal Merlot, cuando en realidad era un Malbec con fuerte aroma a mermelada de Frutos rojos y textura aterciopelada.

Decidimos no hacerle caso al capitán y pedir el Tabla No 1 que valió más que la pena. Dentro de la carta de vinos, los más caros eran un Borgoña, Romanée Conti, Grand Cru Romanée Conti, Côte de Nuits, 2004. $105,100. Y un Pomerol Cháteau Petrus 2001 a 109,500. O sea, por ese precio mejor pedimos un Chevy super equipado y con el tanque lleno de gasolina Premium.
Nos quedamos con la impresión de que los precios desorbitados obedecen en gran medida a que la mayor parte de sus clientes son altos funcionarios corporativos a los que sus empresas les pagan los gastos y así no nos sorprende que Citibank y General Motors, que durante décadas fueran los gigantes de su ramo, estén ahora en situación de quiebra.
Y una compapación para que se den una idea, El Icaro estaba a $2,455, cuando en el Oca lo pagamos a $980 o el LA Cetto nebbiolo que estaba a $690 y en el Sud 777 costaba $340.

Para tomar el postre, Gerardo se quiso salir a la terraza, que es la mejor zona, y que aunque no se ve la Diana desde ahí se tiene una gran vista. Lo que sí nos llamo la atención fue que la decoración era de terraza de hotel acapulqueño venido a menos. Para compensar veíamos la Torre Mayor.

De postre Sonia pidió el Turrón helado con salsa de Chile y brandy Cardenal de Mendoza ($105), una porción enorme, de buen sabor y una mezcla interesante de chocolate en la salsa de chile.

Gerardo, tan saludable como siempre, pidió las moras frescas de temporada, marinadas con semilla de pirul, helado de chico zapote y reducción de vino tinto y especias ($105) que no le gustó para nada pues el pirul que estaba en crema y arruinaba todo el plato. Para maridar el postre Sonia tomó una copa de Banylus Domaine L'Étoile 1996, Macéré Tuilé. ($125) un excelente vino con un marcado carácter a cítrico, específicamente limas, y Gerardo un Muscat Beaes de Venise, Domaine Durban, 2006 ($105), el típico vino de postre.
El servicio era bueno, el capitán en particular fue muy amable y estuvo muy atento de nuestras peticiones.
La música también era como para mencionarla, jazz clásico que derretía un poco el témpano que visitábamos esa noche.
Lo que creemos que valió más la pena de toda la noche fueron las elecciones de vino, que superaron por mucho a los alimentos.
Tras nuestra visita al Diana nombraron a Enrique Farjet gerente de Alimentos y Bebidas del St Regis y supimos que entre las acciones que piensa emprender está modificar la carta del Diana. Una sabia decisión.
Como comentario, la vista que sí vale la pena es la de la terraza del bar Nat King Cole, desde donde se ve a la Diana Cazadora desnuda, sin los calzones de bronce que le mandó poner la Liga de la Decencia en la época de Ávila Camacho.

martes, 8 de junio de 2010

Ouest, vanguardia fuera de lugar











El miércoles 16 abrirá sus puertas formalmente el restaurante Ouest, situado en la parte menos 'condechi' de la Condesa. En estos días que fuimos a cenar ha estado operando discretamente, preparándose para la inauguración. Desde ya podemos decir que su principal mérito es la intención hacer accesible la cocina de vanguardia, especialmente la comida molecular, con técnicas al vacío.
La localización, en la calle Juan de la Barrera, ya cerca del metro Chapultepec, no es desde luego la más glamorosa y está un poco fuera de lugar con la propuesta culinaria. El acceso de entrada es no digamos discreto, sino que pasa desapercibido ya que lo comparte con un gimnasio situado en la parte superior.

Pero el mejor lugar del mundo es sin duda en el que haces lo que te gusta y lo haces lo mejor que puedes.
La decoración es sencilla y de buen gusto, muy contemporánea, jugando con pizarrones y vitrinas para compensar la falta de ventanas.
La carta es muy homogénea y con una propuesta coherente. Existen dos menús de degustación: Babel ($500) y Alegoría ($560). Entre los dos forman un compendio de todos los platillos que ofrece la carta. Para cenar decidimos pedir ambos, convidándonos (como en la primaria) de los respectivos platos.

De primer tiempo sirvieron un camarón, coco y curry. El crustáceo venía confitado, con coco en gelatina y maltodextrina de aceite de curry. Con sabores muy agradables y una técnica casi impecable.

A Gerardo le llevaron un callo de hacha con recuerdo a paella a la plancha, servido sobre sofrito de tomate, con arroz inflado y velo de azafrán. Con un producto muy fresco y el sofrito delicioso resultó ser una experiencia muy grata, a pesar de que el recuerdo a paella más bien se diluyó en la memoria.


Siguieron las sopas. Una era crema ligera de almejas, con guarnición de masago. Simplemente deliciosa. Tenía una textura perfecta y un equilibrio de sabores inigualable.

La otra fue un caldo de jamón serrano, servido con huevo de codorniz cocinado a baja temperatura, de buen sabor, aunque algo salada. Tenía un gusto fuerte a hongos que la hacía muy agradable al paladar, aunque en el restaurante negaron que llevara este producto.
Cada vez que se servía un plato, tanto el capitán como la mesera nos daban una exhaustiva explicación de las técnicas e ingredientes que lo componían, aunque en el caso del caldo no supieron dar una respuesta sobre el supuesto hongo y tuvieron que preguntar a la cocina con la respuesta ya apuntada.

Como preámbulo de los platos fuertes llegaron las ensaladas, una de parmesano y mandarina que era una mezcla de hojas, con tres texturas de mandarina y queso parmesano Reggiano en gelatina suave.

Y la segunda era una ensalada de manzana en gelatina que también llevaba mezcla de hojas, nuez de la India y vinagreta balsámica. Ambas fueron simplemente un plato de transición sin mayor trascendencia.

Ya de plato fuerte nos mandaron un pescado blanco de temporada (extraviado), con espuma de ajo blanco y ‘cous cous’ de coliflor. Tenía sabores muy fuertes e interesantes, pero el producto no estaba fresco y Sonia terminó regresándolo. El capitán, con muy buena actitud, ofreció una disculpa y cambió el plato por uno con el pescado en mejores condiciones.

A Gerardo le tocó un pescado negro (extraviado) que en realidad era blanco, pero con salsa de tinta calamar (que aportaba el toque oscuro) y pepinos a la ginebra y limón.
Siguieron el pato y el cochinito.

El primero era magret con reducción de jerez, rollo de mango-maracuyá y aceituna negra deshidratada. Estaba perfecto, con una cocción exacta y piel crujiente que le aportaba gran sabor.

El cochinillo estaba cocinado al vacío durante doce horas, con salsa demiglace y melón osmotizado en clorofila (servida en un caballito para refrescar el paladar de la grasa del mismo plato). Aunque el gusto era bueno, la realización era menos lograda, con la piel nada crujiente y con un sabor más parecido a las carnitas que al tradicional lechón Segoviano que el chef mencionó más tarde.

Para terminar con una nota dulce, nos trajeron una espuma de vainilla que estaba anunciada en la carta como con fresas témpura y granizado de zarzamora. La verdad es que las fresas no tenían la textura crujiente del témpura, pero el sabor de la unión de todos los elementos del plato resultaba buena.

El otro postre era chocolate en cinco texturas compuesto por una esponja, un cremoso, peta-zeta (como el polvo de las paletas de pie, anunciada por el capitán como una sorpresa), arena y gelatina. Todas las texturas muy interesantes, por encima de la presentación que podría haber sido más ordenada.
Todos los platillos estaban bien presentados pero, como ya nos ocurrió en el Sud 777, abusaban del uso de brotes y en este caso de la sal de mar.

En cambio, la carta de vinos nos dio la sorpresa de contar con una rotunda presencia de vinos mexicanos de buena calidad y, en minoría, franceses y españoles. Una oferta en desarrollo, de buena calidad y sobre todo muy accesible al bolsillo, pues era al costo de tienda más $150 de descorche.

Como éramos los únicos comensales reales (en una mesa estaban los músicos que iban a probar el sonido y en otra los socios del lugar) el gerente, en plan jarocho, ofreció no cobrar el descorche. Animados por la generosidad del anfitrión, pedimos dos botellas: una de blanco Mariatinto celeste, monovarietal de sauvignon blanc ($280) que era un vino muy joven y fresco, propio para una noche tan calurosa. La segunda era un tinto, Estola Gran Reserva ($450), de La Mancha, que era un coupage de cauvernet sauvignon y tempranillo. No pudimos bebernos todo y nos llevamos a casa el sobrante.
No habíamos terminado de cenar cuando se presentó el chef ejecutivo, Pablo Peñalosa, quien muy amablemente nos preguntó si todo había sido de nuestro agrado. El pescado de Sonia no y eso él ya lo sabía, así que sólo le dijimos nuestro comentario sobre el cochinillo que escuchó estoicamente y también que la impresión general era muy positiva.
Tras el chef llegó uno de los socios, visiblemente el que llevaba la voz cantante, y nos invitó a conocer las instalaciones, incluida la cocina, lo que se acabó convirtiendo en una visita guiada con una explicación de detalles muy significativos. ¡Mejor, imposible!
Además del show del chef y del propietario, el servicio, llevado todo el tiempo por el capitán y una mesera, fue inmejorable, con una actitud excelente y gran apertura hacia cualquier duda.
Aunque el Ouest tiene aún pequeños detalles por pulir, es un lugar que vale la pena, porque tiene una oferta innovadora a precios muy razonables y un personal con una actitud muy positiva, además de profesional.

Dirección: Juan de la Barrera 101, Col. Condesa
Tels. 5256-4004 y 5212-1864

martes, 1 de junio de 2010

Cabiria, una fresca en plena Roma

Ir a comer al Cabiria fue una bocanada de frescura. Descubrimos que no es que seamos sangrones y sólo nos gusten los lugares top. ¡No! Sí hay restaurantes medios en los que se come muy bien y el servicio es impecable. Cabiria es uno.
Para variar un poco esta vez fuimos a comer y no a cenar. Nos acompañó Alex, hijo de Gerardo, como la vez que fuimos fuimos al Izote, de Patricia Quintana.
La buena impresión empezó desde la ubicación, en la Plaza de Luis Cabrera, en la calle Orizaba de la Colonia Roma, con una terraza muy coqueta en el primer piso.
La actitud del servicio es excelente. Por ejemplo, al proponer los tragos no tienen una carta específica, pero dan muchas opciones y si ninguna convence ofrecen preparar lo que a uno se le antoje.
Como era muy temprano y Gerardo tenía una infección intestinal por no lavarse las manos antes de comer y Sonia es muy solidaria, sólo pedimos agua (Sta. María -$18- y Peñafiel -$24-). Alex pidió una limonada ($28).

La carta de alimentos es amplia, ordenada y clara. Un acierto para un restaurante que está en una plaza donde hay varios locales que ofrecen pizzas es que no incluye este plato en su oferta.

De entrada Sonia pidió un ‘Prosciutto e ficho con scamorza ai ferri’ que traducido al castellano simple es jamón prosciutto con higos y queso provolone a la plancha ($130). Un platillo bien hecho, equilibrado en sabores y presentado de una manera sencilla, ordenada y agradable.

Gerardo, torturado por lo que sugería la vista y limitado por su necio estómago, empezó con una ‘Minestrone di verdure’, sopa de verduras al estilo italiano ($75), que sí estaba rica pero no era tan ligera como hubiera esperado su pancita (es un decir), ni tan sugestiva como lo hubieran querido sus ojos. Pero no estaba mal, tampoco.

Alex, hizo la mejor elección, al menos visual, una ‘Caciucco livornese’, que era una sopa de mariscos a la livornesa ($130), con muy buen aroma e impresionante presentación. Se antojaba realmente.
Todas las porciones fueron más que suficientes, estaban muy bien presentadas, en las temperaturas correctas y servidas en un tiempo mínimo.

De fuerte Sonia ordenó un ‘Tonno al marinaio’ que, cosa rara en ella –nótese la ironía, era atún sellado con aceitunas, alcaparras, perejil y jitomate cherry con picante ($240), una presentación muy simple, pero con excelente sabor.

Gerardo se inclinó por ‘Branzino allí stile della casa’, o sea, Robalo al carbón marinado con hierbas aromáticas y jamón, que era el pez entero casi sin espinas y que no tenía aspecto de monstruo marino, como otros que ha probado ($220).

Y Alex para seguir con sus buenas decisiones gastronómicas pidió un ‘Ravioli di ricotta e limone in salsa di pomodoro e basilisco’: ravioles de queso ricotta y limón en salsa de jitomate y albahaca ($140).

Para acompañar el plato fuerte, Sonia quiso un vino tinto y preguntó qué opciones tenían por copeo y en lo que menos se dio cuenta ya tenía tres copas enfrente para probar otros tantos caldos. El primero que le dieron a catar fue el Nero d' Avola Syrah, Feudo Zirtari, Italia ($320 la botella y $65 la copa). Siguió el que la casa recomendaba como el tinto del mes: Gavius Monferrato Rosso D.O.C., también italiano ($395 botella y $85 copa) con un claro olor ajerzado.

Y para terminar un francés: Vieux rempart ($440 botella y $90 copa), que fue el que eligió, no por ser el mejor, sino porque es el que más cuadraba a su paladar y a su estómago en ese específico momento. Le pareció mejor el primero.

Para concluir dulcemente la comida, Sonia se decidió por el ‘Cannoli siciliani’ ($65): rollos de pasta fritos rellenos de queso ricotta y fruta cristalizada, no muy buenos que digamos, pues se hacían pesados por el ricotta, además de que la fruta cristalizada no se podía apreciar pues estaba molida dentro del queso. Tampoco le convenció mucho la presentación de los rollos servidos encima de una servilleta y, sin ser cabalística, le sorprendió que la porción fuera un número par, cuando lo acostumbrado es que sean impares.

Gerardo, a falta de fruta fresca, pidió ‘Pere all’amarone con crema di formaggio alla cannella’, que no eran otra cosa que peras al vino tinto con crema de queso a la canela ($65), bien presentadas y agradables al paladar. Alex pidió el clásico Tiramisú ($65) que era un monstruo por su tamaño y atascada presentación. No se lo terminó.

Gerardo regresó al día siguiente a cenar, ya con el estómago mejor, y ratificó la buena impresión que le causó Cabiria. Es una opción excelente para cenar en estos días de calor, con su terraza en la planta alta y abajo mesas en la banqueta, con una sensación de frescura que transmite su decoración art decó con espíritu minimalista.
Los baños merecen mención aparte porque están mejor que los de muchos lugares de super lujo, con pequeños mosaicos venecianos, que recuerdan los años 50, el de hombres todo negro y el de mujeres todo blanco.
Ah! Y el cubierto lo cobran a $20 por persona, una costumbre que no acabamos de entender. ¿Qué pasaría si como en la India decidiéramos comer con las manos?

Dirección: Plaza Luis Cabrera (Orizaba) 7
Entre Guanajuato y Zacatecas
Col. Roma Norte
Tels. 55641146 / 55845051